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BEISBOL 007

Columna de Jose Visconti /Meridiano 27/02

Columna de Jose Visconti     /Meridiano 27/02
Sólido “imperialismo” Yankee


Beto Villa, picante conversador —sabe de lo que sabe y mucho más que todo eso— lo había anticipado, entre nosotros, aquí en la redacción de “Meridiano”, el viernes: aparte del cotilleo acerca del nuevo outfield —que si Granderson o Switcher, y comparaciones por el estilo— las polémicas en Nueva York (re)caerán, desde ahora mismo y hasta el último día de la campaña, en los hombros del trío del momento en el Bronx : Derek Jeter, Alex Rodríguez y Jorge Posada. Este como “guardaespaldas” de Texeira en el primer cojín. Menuda tarea lo espera.


Siempre ha sido noticia el arribo de los Mulos a su campo de preparación. Pero, de regreso a la escena como flamantes Campeones Mundiales, esta vez la expectativa ha elevado el consumo de kilovatios—hora entre la prensa y los fanáticos a niveles de show ultradimensional. No se habla sino de la posibilidades de construir, desde esta segunda década de la centuria, una hegemonía parecida a la del siglo anterior.


Desde un comienzo la cosa ha sido con Jeter. Como lo anticipó Beto —¡qué bien informado está, como en justicia y deber corresponde a La Voz en español del equipo más grande de la historia!— el gran capitán anuncia que no tiene la menor intención de ser agente libre. Sólo piensa en continuar con los Yankees. Sencillo y transparente como el agua de los dulces torrentes de Nueva Jersey, su lugar de reposo favorito.


Tal lo vislumbró nuestro huésped, dos días atrás, el genial torpedero aclaró que jamás contradiría la política del equipo, opuesta a la negociación de nuevo contrato con cualesquiera de sus jugadores antes de que expire el acuerdo vigente:


“Comienzo la última temporada de un contrato de 189 millones de dólares por 10 años, pero no me interesa convertirme en agente libre y tampoco jugar para otro equipo. Yo era fanático de los Yankees mientras crecía. Quiero quedarme aquí. Nunca me he imaginado jugando en otro lugar, y ojalá nunca tenga que hacerlo".


Algún reportero apuntó, durante el diálogo con este personaje a quien los neoyorquinos consideran tan suyo como el puente de Brooklyn y las revistas musicales de Broadway, que llegará el momento de retirarse, lo quiera—o no— este colosal guante.


La réplica no se hizo desear: “Para ser honesto, nunca he puesto límite al tiempo que quiero jugar... lo haré mientras pueda, me divierta, y sea productivo. Esta organización se enorgullece de ganar títulos y de tener un equipo competitivo en el terreno. Quiero jugar mientras pueda ayudar”.


A— Rod, en cambio, despertó, entre ciertos reporteros, renuentes a darle un poco del pan y la sal de la simpatía, el ánimo de lanzarle dardos bien puntiagudos. En la masa de los cronistas alguien sugirió —o insinuó, como quien no quiere la cosa—que el portentoso dominicano hubiera sido “culpable”, durante sus primeros cinco años como antesalista de la novena, de que esta no ganara la Serie Mundial.


Atacó el piloto Girardi de inmediato:


“Creo que, a veces, cuando uno contrata a un jugador de la calidad de Alex, si no ganas la Serie Mundial, le echan la culpa a esa u otra persona. Pero se necesita 25 personas para ganar la Serie Mundial, y a veces más. Creo que es un alivio para Alex en el sentido de que ya no tiene que contestar esas preguntas".


Recogía, hace algunos días, el “New York Times”, a través de un sondeo, la (indudable) impresión de que hombres como Jeter y Alex Rodríguez, aunque este último no inició su carrera con los Yankees, no son “inimaginables” sino enfundados en el mitológico uniforme.


¿“Reconciliación” entre A—Rod y los habitantes de la Babel? “Sí ”, es la respuesta. Ya lo asimilan como parte de la historia del equipo después de contribuir, en 2009, a conquistar la World Series en la, así definida, “nueva etapa” con los Bombarderos. Ya nadie habla sobre su confesión de consumo de esteroides.


Detrás de esta situación late un hecho inequívocamente heroico: Rodríguez no empezó a jugar, en la temporada pasada, sino el 8 de mayo por una operación en la cadera derecha, y aún así descargó 30 jonrones y remolcó 100 carreras en 124 partidos. Sus acérrimos críticos en las filas del cáustico periodismo neoyorquino hicieron mutis. No quedaba otra.


Tiene razón Don Marcial Torres: el fanático es como la recién casada que anhela, noche tras noche, un batazo profundo de su ídolo.


Columna publicada el 27/02/2010

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