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BEISBOL 007

El Rincón de las Änimas.......... José Visconti

Baudilio Díaz insurgió —y se consagró— a punta de tenacidad.

No pegaba una. Vaya uno a saber por qué, cuando ya era un hecho su instalación entre los grandes de Venezuela y Latinoamérica invariablemente sobrevenía la circunstancia de que un manager o un gerente general intentaba montarle a un eventual sustituto.

Casi siempre aparecía alguien (supuestamente) “mejor” o simplemente apoyado con el más que relativo expediente de “más joven” sin que esto (realmente) significara superioridad comprobada.

Sus rodillas terminaron al borde de la demolición pero su caso era, más allá de dolores y escozores, muy complejo de verdad.

Conseguir que, al fin, lo tomaran en cuenta para los grandes proyectos de Boston fue posible luego de años de franciscana resignación y mucha "salivita".

El mayor problema para sus aspiraciones titulares tenía, en esa la época, nombre y apellido: Carlton Fisk. Con ese rival no había modo ni manera.

Y él en eso —realmente en muchos otros temas— no se llamaba a engaños: “Mira, yo tengo que trabajar muy duro allá y no hacerme muchas ilusiones. Sé que puedo ser segundo, detrás de Fisk, o tercero, detrás de Bob Montgomery.”

Tras la desilusión de ser "segundo" seguía el calvario de esas rodillas prematuramente quebrantadas. La izquierda era un desastre y después padeció seriamente del tobillo derecho. Y, “para completar”, una vez se fracturó el índice derecho. Un “catálogo” de dolores pero “pa´lante que atrás asustan” meditaba con su sonrisa soleada.

Aguantó cerca de cuatro años en la banca antes de su debut con el equipo leonino grande, durante la 71—72. La espera que tantas veces singularizó su trayectoria, aquí y en el Norte, lo llevó a madurar humana y profesionalmente.

“Fue para mi bien, porque como era tan grande la pelea por demostrar y tan pequeño el chance que me daban, practiqué, practiqué y gané mucho en precisión en los tiros a las bases, velocidad y bateo” nos comentó un día cuando, frente al público que lo aclamaba en el Universitario, los ojos le brillaban con intensidad de gloria.

“Pienso que ese tiempo que pasé en las sucursales me maduró tanto que, cuando al fin empecé a ver luz con los managers, yo me encontraba más lejos que cualquier otro de mi generación y eso fue lo que sorprendió a la gente porque ¿sabes? pocos se daban cuenta de mi empeño en prepararme bien para quedarme en cuanto me dieran el chance”.

¿Quitarle el trabajo a tipos como Rick Dempsey, Larry Howard, Joe Ferguson, Cliff Johnson?. Creció, como todos seres realmente grandes, a la altura misma de sus retos. Por eso valoraba tanto la condición de titular. Por eso creía, desde su dura etapa de catcher de prácticas —y no se trata de metáfora— que el uniforme del Caracas era “mágico”. De hecho, porque fue mucho lo que sufrió (“viendo que otros subían y yo nada, Visconti”) amaba, como pocos, descender del avión que lo traía desde el Norte y uniformarse ahí mismito con los Leones.

Formábamos parte de la Redacción de "El Nacional" cuando vivimos la sorpresa ocasionada por el canje múltiple que lo depositó, con sus inmensas ilusiones, en Cleveland, cuando parecía, de facto, el segundo de Carlton Fisk. Eso ocurrió en marzo de 1978. Tenía 25 años.

Casi al ratico, sin embargo, vino lo de "costumbre": Lesión de tobillo y dos meses en el congelador. Le pusieron sustituto, Ron Pruitt, pero éste se quedó en el aparato. Entonces los Indios apelaron a Gary Alexander, cubierto de cierta nombradía tras llegar a Oakland en el famoso cambio que llevó a Vida Blue a los Gigantes de San Francisco. Bueno, ahí cambió la cosa porque con la mascota el nuevo jugador no era la última "coca cola" pero daba jonrones.

Sí, sentó a Baudilio más, con la persistencia que lo distinguió, el paisano convenció con su garra al manager, Jeff Torborg; y no sólo relegó a Alexander al rol de designado: Ahí estaba ya, de cuerpo entero, el primer catcher venezolano regular en las Grandes Ligas.

Era pelotero del día a día de pesar de sus dolores.

Forjado por la imperiosa necesidad de ganarse el puesto y defenderlo con uñas y dientes, nada más lejos de su ánimo que pedir "un permisito" para descansar o "hacerse el loco" en uno de esos encuentros que ni mojan ni empapan. Un obrero en toda la sublime extensión de la palabra.

Durante los tempranos años ochenta llegó a mantener ese frenético ritmo hasta por tres campañas consecutivas y después salía hacia el Norte a comerse media liga él solito.

Nos confió que lo peor que podía pasarle era que lo vieran varado:

“Nadie va a quitarme el puesto por bajo rendimiento. Eso no lo permitiré nunca, a menos que la edad me lo impida y yo sabré cuando retirarme para que eso no suceda. No sabes la pena que me produce cuando estoy lesionado. Quisiera desaparecerme”.

Una vez lo oímos aullar de dolor en el antiguo clubhouse del Caracas mientras el recordadísimo negro Robinson le masajeaba las maltratadas piernas. Pasaba largo rato sentado en aquellas cavidades del club mientras amainaba la protesta de sus inflamadas articulaciones después del juego. Invariablemente nos quedábamos pensando hasta cuándo resistiría semejante obligación que él mismo, en su acendrado pundonor, se imponía...

Tiene razón Don Marcial Torres: Bateaba con fuerza —ya usted conoce de sobra la historia de su marca de jonrones y topes de empujadas en la Liga venezolana— corría como un gamo y mascoteaba durante horas extra. ¿Cómo resistía? Era el gran secreto de un grande de la pelota venezolana.

COLUMNA PUBLICADA EL 27/11/2010

1 comentario

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Se que es dificil para ti pero también para tu madre, es un tema bastante complicado...

Eso es Clarii, tu sé como eres coño!! raperilla forever jajaj
*_*