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BEISBOL 007

LA SOLEDAD DEL JUEGO: EL MANAGER

Por Andrés Pascual

En 1989, poco antes de ser suspendido de funciones como manager, Pete Rose declaró: “dirigir es mucho más duro que jugar, sentado allí, observándolo todo, responsable de todo y solo, indefenso si cabe…”

Y es verdad, aunque se le quedó en el tintero lo de “actividad ingrata”, porque, en el beisbol, cuando un club gana fueron los peloteros; pero, si pierde, el 98 % de las veces fue el timonel quien contribuyó con algo al revés. Para ratificarlo ahora mismo, ahí está el “sorprendente Baltimore”, sobre el que señala poco o nada el nombre de Buck Showalter.

Aunque hay managers que nadie sabe qué debería hacerse con ellos, por ejemplo, Joe Maddon, de Tampa, tuvo al dominicano Carlos Peña produciendo en el segundo turno y lo mejor que se le ocurrió fue comprometerlo en el tercero y el cuarto bates, bueno para sacarlo de la racha y ponerlo en slump tan prolongado que el zurdo no da pie con bola.

El del Chicago White Sox tiene a Dayan Viciedo y a Alexeiv Ramírez montandos en cachumbambés: si los cubanos dan dos hits en un juego hoy, mañana pueden amanecer en el tercero, cuarto o quinto turnos de la alineación, si fallan en 4 oportunidades, entonces el día siguiente los sorprende en el 8vo y 9no.

Desde que el beisbol es deporte de multitudes, desde que comenzó a tomarse en serio como pasatiempo con todas las de la ley, los line-ups se conforman con bateadores de una bien definida funcion, fijos, a no ser que una lesión o un muy extendido mal momento sugiera quitarle presión enviándolos al banco a refrescar, o colocándolos en turnos de menos responsabilidad hasta que se les pase la asfixia improductiva.

El beisbol moderno, que nadie sabe en qué año comenzó, tiene de todo, desde managers pésimos como estrategas a los que consideran grandes por motivadores, como el caso de Tom Lasorda, hasta payasos como Bobby Valentine, sin dejar pasar por alto a un buenos estrategas que no dan la nota motivando, como Jim Leyland.

Sin embargo, “los nuevos aires” han cambiado todo: a un manager malo le pueden poner en las manos lo mejor del Mercado en un momento para que gane, como a Joe Torre; mientras que hay franquicias que no ayudan a buenos estrategas, que se hundirán en medio de críticas y frustraciones, la mayoría de las veces inmerecidas.

Hoy más que nunca el juego se llama dinero; desde hace 40 años casi, los dueños consideran material de segunda al director en el terreno; desde que George Steinbrenner entró a los Yanquis, los pilotos de Grandes Ligas aparentan que son “algo puesto ahi”, en una posición que cualquiera puede desarrollar.

Para los historiadores “modernos”, Tony Larussa es el Dios del oficio por lo de los relevos alternativos, casi ley para la pelota de hoy, a fin de cuentas, una de las imposiciones que han perjudicado a los pitchers abridores por la afectacion en algunas casillas como lechadas o juegos completos, incluso no hits.

Para los que verdaderamente saben de beisbol, nadie como John McGraw, el piloto que estuvo más de 30 años dirigiendo en Grandes Ligas, que fue capaz de cambiar el juego defensivo cuando se decretó viva la bola a partir de 1920, concluyendo el período conocido como “era de la bola muerta”, que incluyó al lanzamiento de saliva, aunque se permitiera que algunos pocos pitchers continuaran utilizándolo durante algún tiempo por escasez de recursos.

McGraw, que prácticamente puso en vigencia la jugada de” hit and run” o de bateo y corrido por lo frecuente que la utilizaba es, como Ruth al bate, el símbolo del beisbol en el departamento de la dirección.

Como que hoy un manager vale menos que un comino para cualquier oficina, a pesar de las apariencias, porque los clubes se hacen con montañas de dinero pagados a jugadores que no lo merecen por la cantidad de veces que no responden al salario, pues nadie puede ni igualarse a aqellos verdaderos maestros de la dirección que, como John McGraw, le sacaban el máximo a un jugador con el movimiento y la jugada indicada en cada momento, aunque este solo hubiera costado una caja de cigarros o una botella de whiskey.

 

 

 

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El Napoleón del beisbol, John McGraw, en la foto con Ruth en 1921

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