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BEISBOL 007

Se va uno de los grandes de todos los tiempos: Iván Rodríguez‏

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Uno sabe cuando estrecha la mano de un ex receptor. Es como tener una funda extra grande de nueces en tu mano y que luego te la aprieten al punto de cortarte la circulación en los dedos. Por supuesto, sus extremidades sufren tanto castigo que terminan sonando como una orquesta. La posición le pasa tremenda factura a las manos de un receptor, sin contar a sus rodillas. La carga de trabajo parece cargarse casi de forma cruel contra la casi ausencia de gloria en una posición en la que, más veces de que se debería, recibe la culpa por algo que le salió mal a otro, en este caso a un lanzador que no pitcheó bien o que hizo un mal movimiento hacia la base. Uno admira a los receptores, aun cuando no quiera ser uno de ellos.Pero incluso entre esa pequeña fraternidad de receptores que son lo suficientemente buenos como para llegar a las mayores y mantenerse en los alrededores y recibir el embate diario que significa estar detrás del plato todos los días, están aquellos pocos que sobresalen por su habilidad para resistir. Es parte de la razón por la que veneramos ahora a Carter (cuatro de todos los tiempos en juegos recibidos), más allá de su talento natural. Y por eso es que respetamos a los receptores que no duraron tanto porque bateaban bien o porque daban mucho "valor por encima del reemplazo," pero que duraron tanto porque podían recibir: Bob Boone y Brad Ausmus y Jim Sundberg. Tipos a los que es fácil vitorear.
Nada de eso iguala la magnitude de lo que Pudge Rodríguez hizo durante su carrera, el valor que dio, las grandeza que se manifestó desde el primer día en las Grandes Ligas, desde 1991 como un receptor de 19 años que participó en su primer partido para los Vigilantes de Texas como la otra mitad de la batería con Kevin Brown.
Quizás podría ser sorpresa para los medios todopoderosos de hoy en día, en el que los prospectos llegan a la primavera con pocas sorpresas que mostrar, pero en esa época, gracias a la revista Baseball America, la leyenda de cuan bueno era Ivan Rodriguez detrás del plato se estaba esparciendo. Desde la posición en cuclillas detrás del plato era tan ágil como un gato a pesar de los aperos que tiene que llevar para aguantar el trajín de ser receptor de todos los días, y tiraba mejor que nadie en la historia.
Es bueno que se retire como un Vigilante, porque cualquier otro lugar no habría hecho tanto sentido. En la década de los 90, él fue uno de esos jugadores por los que valía la pena pagar por el boleto de admisión al estadio, como Jim Abbott en la lomita, o Frank Thomas en la caja de bateo, o incluso el demoledor guante de Ken Caminiti en la antesala. Por 12 años en Texas, era lo más cercano a ser la figura más legendaria de la franquicia, superando a toleteros como Rafael Pameiro y Juan Gonzalez en esa era de actuaciones mejoradas por las sustancias ilegales.
El gran novelista F. Scott Fitzgerald dijo que, "No hay segundos actos en las vidas americanas," y quizás tenga algo de razón, pero eso no fue necesariamente cierto en la carrera de Pudge Rodriguez. Luego de una docena de temporadas en Texas, el hombre se movió a los Marlins para ayudarles en su menos notoria victoria de Serie Mundial en el 2003, una sola temporada en la que mostró que le quedaba mucho en el tanque en el inicio del descenso de su carrera. Fue también un jugador clave para los Tigres del 2006 que sorprendieron a más de un expert al ganar el banderín de la Liga Americana.
Esa especie de segundo aire lo propulsó a nuevas estratas en la historia del béisbol, comparado con algunos de los grandes del deporte. Luego de ser cambiado antes de ser agente libre a los Yankees, se movió de Houston a Texas a Washington, una vuelta adicional de la victoria en una carrera que ya había visto su cuota de victorias.
Había un tipo de agonía especial asociada con ver a Pudge al final de su carrera que me llevó a recorder al 'Pudge' original, Carlton Fisk, recibir partidos para los Medias Blancas al final de su carrera, mientras establecía el record que había sido de Boone por poco tiempo. Como receptores, ambos Pudges recibieron más golpes detrás del plato que cualquier otro que se haya puesto un uniforme, y mucho menos que hayan tomado las herramientas de la ignorancia.
Al final, hay algo poético y triste acerca del contraste entre los receptores jóvenes que los reemplaron -- Ron Karkovice con los Medias Blancas y Wilson Ramos con los Nacionales -- y sus propias habilidades disminuídas. Dibujen cualquier imagen acerca del paso del tiempo que les importe en el béisbol, pero el pase de baton de un grande de todos los tiempos a un chico listo para jugar es el epitome de los que siguen a equipos y jugadores. Esa es la razón por la que nos duele ver partir a quienes seguimos, pero también comenzamos a adorar a los recién llegados. Esa es una gran parte de la razón por la que vemos el deporte.
Sin embargo, no hay nada poético o triste al ver la partida de Rodríguez ahora. Su grandeza es cuestión de interés. Sus 14 apariciones en Juegos de Estrellas, sus 13 Guantes de oro, su premio de JMV o su anillo de Serie Mundial, todo eso se le debía porque él podia hacer lo que nadie más podia hacer, el estar detrás del plato por más tiempo que cualquier otro, mejor que cualquier otro. Confiamos que veremos a Pudge en Cooperstown en su primera votación. Como todo lo demás, se lo ha ganado.
AUTOR : David Schoenfield / ESPN

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