UN CLUB MUY RARO, UNAS GRANDES LIGAS PEOR
Por Andrés Pascual
Leí hace algunos días la opinión de un cronista del Herald, Jorge Ebro, sobre el retiro del staff de abridores de José Fernández, el sensacional lanzador cubano que, ahora mismo, es el derecho más dominante de ambos circuitos; es decir, del mundo.
Según el individuo, simpatizante de la medida porque desconoce todo lo relacionado con las Grandes Ligas, “es correcto, para que no sufra daños que afecten su brazo y su carrera…” y a dormir a pata suelta.
Hay un silencio muy sospechoso, compartido por la prensa y los eruditos, sobre las lesiones en los brazos o en cualquier otra región del cuerpo de los peloteros, en una época en que los serpentineros trabajan mucho menos por el uso indiscriminado del enciende-fuegos obligatorio, porque el Sindicato y los agentes los protegen hasta de un catarrito veraniego para que los coloquen en la lista de enfermos o por la prohibición a que actúen en el beisbol invernal, el caso es que se han acomodado y cualquier temporada inicia con casi 100 en la lista de inhabilitados, más los que aparezcan en el camino.
Entre lesiones, tónica moderna del juego y un par de cosas más, pitchers que parecían seguros miembros de Cooperstown no pueden ni soñar con el recinto, como Santana y, quizás, si hay honestidad, ni Halladay.
¿Qué está sucediendo? ¿Dónde está el culpable de este derroche de irresponsabilidad, que conduce a la pérdida de carreras antes de tiempo y de la inmortalidad para la que, por sus condiciones, aparentemente clasificarían con facilidad?
El trabajo no lesiona, la inactividad combinada sí. Muy bajito, imperceptible para oídos no especiales, en algunas Ligas Menores se está tratando de imponer el wind-up otra vez, porque suponen que el no wind-up, de factura casi reciente, presentado como una técnica novedosa del desarrollo, pudiera ser parte de las lesiones de los serpentineros.
Sin embargo, ¿En los casos de los jugadores de posición? He visto a Stanton salir corriendo hacia primera y caer lesionado antes de llegar a la base, ¿Acaso son de cristal estos jugadores?
El problema es que todo este fenómeno gira alrededor de la era esteroides, que le dejan el terreno fértil a las lesiones si se suspenden abruptamente después que comenzaron a utilizarlos, fácilmente comprobable en Halladay, pero, sobre todo, en Al Pujols, con el correspondiente bajón del rendimiento que los convertirá en uno más, incluso en otro con números mediocres o montoneros.
Los hombres jóvenes y fuertes como José Fernández están diseñados para soportar cargas de trabajo y para mejorar la resistencia y el rendimiento en el terreno, no en el gimnasio con las pesas.
Pero hay más, antes, cuando los peloteros eran “muy malos” y el público y la prensa peores que hoy, ningún jugador que rindiera podía ser retirado del juego para que no se lesionara, porque conspiraba contra la asistencia por pobre que fuera.
En el caso del cubano, es el único capaz de meter 10 personas en el estadio.
Hace más de 25 años, al pitcher ganador se le utilizaba hasta el último juego del calendario para no hacer más amplio el guarismo perdedor, es decir, se luchaba contra el aumento del número malo.
En sentido general, un lanzador como el cubano tenía que permanecer en la trinchera para no beneficiar a ningún club que quedara en el camino en cuanto a mejorar su posición en el standing.
Parece que se ha olvidado que hubo investigaciones del FBI y advertencias del Comisionado a clubes que anunciaron que no pondrían a este o a aquel jugador porque “ya no tenían oportunidad”.
La decadencia del juego moderno, si cabe llamar así a este espectáculo deprimente, incluye las lesiones de pitchers más por inactividad que por exceso de faena, sin desechar los pésimos planes de entrenamiento actuales ni el uso de esteroides y su abrupta suspensión por miedo a la prueba al azar.
También a la prensa consentidora, que todo lo resuelve con Bill James, pero que nunca se ha interesado en armar la parte que debería corresponderle de este rompecabezas.
El comentarista es efectivo si ayuda al fanático a entender lo que por sí mismo no puede, pero, con estos de hoy, sobre todo en español, que ni idea tienen del “inside baseball”, jamás el fanático podrá entender media palabra de las realidades del juego ni contribuir a mejorar las formas de trabajo de las Grandes Ligas.
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