Blogia
BEISBOL 007

Idolo de Barro

Idolo de Barro

Todos los sabían, pero él no quería admitirlo. Le pidieron que lo dijera en infinidad de oportunidades, y él nada. Hasta fue al Congreso, pero se negó a reconocer lo evidente. Sin embargo le llegó la hora, tuvo que bajar la cabeza y hablar bajito. No hizo una rueda de prensa abierta, se limitó a un espacio, que rápidamente fue replicado, y su declaración se puso en boca de todo el mundo. Aún así está devaluado.

Mark McGwire, estandarte de los Cardenales, inició con esa faena de fraude en 1989, según él mismo lo reconoció. Ahí empezó todo. En 1992 consiguió algunos votos para Más Valioso, pero otro, de más experiencia supo capitalizar mejor sus jugadas. Entre 1993 y 1995 anduvo por ahí, pero su ausencia forzada, por los golpes -lesiones- lo sacó del juego.

Con un torneo tambaleante en lo económico y con el público hastiado, asume la titánica tarea de canalizar el descontento y aglutinar a la afición. Lo logra. En 1998 protagoniza -junto a Sammy Sosa- una avasallante campaña, que echó por tierra los récords y marcas del pasado. La historia casi se divide en antes y después de él.

Actos multitudinarios, elogios, designaciones. Todos querían parecérsele. Se metió a todos en un bolsillo a fuerza de batazos. Sólo él -y algunos cercanos, sabían la verdad-. Sólo él; hasta que la fuerza de la contundente y poderosa verdad no le dio más remedio, sabe porqué escogió una tarde de enero, para develar el daño.

Ahora bien. No llegó a la sala de prensa con un expediente limpio, sin investigación argumentada. Se limitó, por más que los expertos que le secundan maquillen la forma de su declaración, a ratificar una sentencia que todos conocían, que todos aceptaban como válida, aún cuando no tuviera la rúbrica de su propia aceptación.

Cree McGwire, el otrora superpoderoso, que tiene tiempo suficiente para convencer, por una supuesta honestidad recobrada, a los que votan, y así dominar desde una vitrina en el gran Salón de la Fama.

Pero bueno, le llegó el día. Hasta ahora las estadísticas no cambian, y posiblemente no lo hagan. Su época quedará marcada, con él como principalísimo responsable, como la era de los esteroides, de la trampa, del fraude. Un momento, en la historia, que podrían considerar algunos como de esplendor, pero que en realidad fue el de mayor vacío, el de mayor irrespeto, el de la más absoluta desconfianza e incertidumbre.

Respeto para quienes le aplauden. Dolor por quienes creyeron en un idolillo de barro que no supo responder con coraje al fervor que la afición le rindió. Ojalá que el valor principal de esta declaración -para muchos a destiempo- sea que los que ahora tienen la responsabilidad de llevar el espectáculo adelante, no sucumban en las mismas prácticas fraudulentas que formaron al monstruo de una era -que esperamos todos- ya haya pasado.

ayanezm@gmail.com

0 comentarios