MAS DECADENTE QUE PERDER UN CAMPEONATICO
Por Andrés Pascual
José Ramón Fernández, El Gallego, Zar del deporte castrocomunista, ex instructor de la Escuela Militar de Fulgencio Batista que también mandó en “la rama” de Educación, informó que la instancia profesional del beisbol japonés, sin definir si profesional o semi-pro, le brindaría un par de cursillos a entrenadores castristas en La Habana y en Santiago de Cuba. Debería escribir “sin comentarios”, sin embargo, voy a sacarle “las tiras de pellejo” a esta situación, que no es una más en la larga lucha de la dictadura (el 1ero. de enero se cumplieron 52 años) contra la pelota cubana.
Según el tipo, 3 entrenadores, enviados desde la tierra de Toshiro Mifune, le impartirían “mínimo técnicos” (expresión que pusieron de moda durante los 60’s con aquella de “lápiz, cartilla, manual, alfabetizar, alfabetizar, venceremos…), sobre el juego de pelota a similares cubanos que, por tal razón, hay que ponerlos en el plano de los soviéticos cuando Castro se empeñó en enseñarlos a jugar pelota y les enviaba entrenadores y a algún que otro equipo de los llamados Castro B (no confundirse, nunca Cuba).
Bateo, fildeo, corrido de las bases, pensamiento “técnico-táctico”, pitcheo…de la forma como Fernández lo enfocó y por utilizar ciertos recursos de la personalidad del oriental aplicadas al juego como “entrenamiento duro”, pues, que nadie dude que lo religioso debe estar presente en el nuevo modelo de preparación. Cuando perdió contra Japón en el segundo de los mal llamados clásicos, el propio tirano “orientó” en una Reflexión que había que hacer las cosas a lo japonés, por lo que, muchos, estábamos preparados para el cambio y solo faltaba la fecha de lo que será una catastrófe que adelantará la muerte (es lo que buscan), del pasatiempo.
Detrás queda una huella de magnificencia, de grandeza a la que Japón nunca se le hubiera podido acercar; porque la pelota cubana era una réplica a escala menor del Beisbol Organizado, que hubiera continuado adecuándose al modernismo de los tiempos y manteniendo la misma distancia del resto, Latinoamérica o Japón, a su favor. Pero la llegada del castrismo, que acabó con el país, destruyó y pisoteó tan trascendental deporte en Cuba.
Olvidada o desconocida está la serie que jugaron los Gigantes de Tokio, en 1956, contra una mezcla de novatos y veteranos de los Cubans, que no le interesó a nadie, porque no tenían nada interesante que ofrecer en el terreno y, con concurrencias inferiores a 2,000 fanáticos, los cubrió la prensa por asignación obligada de cortesía que por otra cosa.
Lo más peligroso que dijo el “espadón” en la reunión del Comité Olímpico Cubano fue que: “había que elevar el nivel del balompié, de gran popularidad entre los jóvenes del país”, eso se sabe, es la ofensiva final que concluye con el desplazamiento del beisbol por el fútbol. La contribución decisiva al descabezamiento del otrora deporte nacional, de verdadero alto rendimiento por su trascendencia internacional y por sus resultados.
El individuo repitió lo dicho por el Hermano en Jefe sobre cualquier medida de mejoras a la pelota; sencillamente, no hay, de ahora en adelante, el deporte que recibirá atención es el social, como la educación física generalizada (¿Regresan los Fisminutos?) para que, si a los americanos se les ocurre, como hacen desde 1960, encuentren una población combativa y preparada, capaz de escribir las páginas de la historia trágica que le faltan al libro inconcluso del sátrapa, que no ha podido cerrar porque no se ha concretado su sueño-epílogo: un Sagunto o Numancia de corte tropical en el Mar Caribe.
De momento, quienes deben leer las entrelíneas (como le sugirió Alonso Quijano a Sancho), es el pueblo. En ellas están escondidas, con respecto al futuro del beisbol cubano, más cosas que en los manuscritos de Nostradamus con respecto al fin del mundo. Y hablo de aquellos a quienes todavía les gusta el juego de pelota en la isla, para ver si no los intercepta Inmigración con los pies mojados y pueden llegar al Sun Light Stadium con las extremidades secas.
Pie de grabado: Al Gallego Fernández le encargaron que echara, sobre las esperanzas fanáticas, el célebre “cubo de agua fría”
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