Toda la música cubana en un piano
A Bebo Valdés siempre le acompañó el reconocimiento, que es una cosa muy distinta a lo que vulgarmente hoy conocemos como éxito. Éxito, éxito, lo que se dice éxito... Bebo Valdés lo tuvo al principio y al final de su carrera, mediados el siglo pasado y a partir de la década de los 90.
Su biografía artística bien pudiera ser retrato personal de lo que en este tiempo le ha sucedido a la música popular cubana, que pasó de excitar al mundo desde aquellas memorables noches del Tropicana Club de La Habana al silencio, y después de nuevo al ruido de los vítores y elogios.La vida es caprichosa, pero a veces, muy contadas veces, es justa. O al menos en el caso de Bebo Valdés lo acabó siendo.
Uno hoy se lo imagina años atrás viendo las puestas de sol en Benalmádena, ciudad en la que había decidido morir, aunque el trágico desenlace haya tenido lugar en Suecia, país al que se exilió cuando Fidel Castro bajó de Sierra Maestra y mandó parar. Decíamos; uno se imagina a Bebo Valdés escuchando el romper de las olas en la localidad malagueña y no puede ver más que felicidad y satisfacción.
En vida se entregó a un piano y a una música que le acabaron dando la razón de tanto amor y tanta entrega, minimizando aquel peregrinaje injusto y silencioso que durante cerca de 30 años le tuvo alejado de la primera trinchera musical. Uno se lo imagina, vaya, hablando con el orgullo del buen padre y el buen músico que fue, ignorando las calamidades y sonriendo a los buenos recuerdos, rodeado de amigos.
Retirado desde finales de la pasada década de los escenarios, se dice que estaba aquejado de la enfermedad de Alzheimer, lo cual alumbra la esperanza de que no viera llegar al hombre de la guadaña; no es mala manera de morir, si es que inevitablemente no hay más remedio que morirse.
Antes de que el reconocimiento y el éxito se igualaran a mediados de los 90, Bebo Valdés fue un maestro de maestros como Benny Moré, otra gran gloria cubana que en los 50 formó parte de la orquesta del pianista. Eranlos años del Tropicana Club de La Habana, donde había noches en las que te podías topar con Nat King Cole o donde llegaba el productor Norman Granz y te grababa una descarga de jazz afrocubano, como así le sucedió al bueno de Bebo.
Pues bien, él fue protagonista activo de aquella época hasta que, ya se ha mencionado, con su exilio llegó el silencio y la indiferencia de la industria musical, que nunca fue a buscarlo. Fue el saxofonista y clarinetista Paquito D´Rivera quien tuvo que ir a su rescate, produciéndo en 1994 el disco que le devolvería todos los aplausos perdidos, 'Bebo rides again' (Messidor).
El álbum aportaría al pianista una notoriedad que acabaría siendo filmada por Fernando Trueba en el documental-musical 'Calle 54' (2000). Y luego acabaría siendo rematada por la grabación del álbum 'Lágrimas negras' (2002), junto al cantaor flamenco Diego 'El Cigala'. El trabajo marcó records de ventas y obtuvo innumerables premios, entre ellos, un Grammy. 'El arte del sabor' (2001) o 'Bebo de Cuba' (2005) fueron otros testimonios discográficos que hoy siguen siendo de obligada escucha, como de obligado disfrute son el último disco que grabó junto a su hijo Chucho Valdés, 'Juntos para siempre' (2008), el contrabajista Javier Colina, 'Live at Village Vanguard' (2007), o los otros dos homenajes cinematográficos que le tributó Trueba, 'El milagro de Candeal' (2004) o 'Chico y Rita' (2012). El hombre del piano más cubanísimo que ha tenido la música moderna hoy se ha ido jugando con el silencio, como le gustaba tocar a él, despacito, cadencioso. Hoy las lágrimas, más que nunca, efectivamente son negras.
Pablo Sanz | Madrid
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