EL TIEMPO DE JUEGO, OTRA DIFERENCIA CON EL BEISBOL DE AYER
Por Andrés Pascual
El año antepasado, el umpire cubano Ángel Hernández, que actuaba en homeplate, le negó el tiempo solicitado en su primera aparición al bate a un jugador, fue en un partido entre Boston y Yanquis y el individuo regresó a la caja de bateo más rápido “que estate quieto”.
¡Primera vez al bate del pelotero y ya solicitaba tiempo! ¿Para qué? ¿Acaso confundió una seña y debió reactivarla sin la presión de la caja de bateo? o, ¿Sería para efectuar la sesión de payaserías, que se ha convertido en moda desde que, con sello personalísimo, las ejecutaba Garcíaparra zafando y anudando sus guantillas?
¡Qué belleza, qué disfrute de aquel tiempo que perdía el ex torpedero! Ni un malabarista de circo…se podía pagar para verlo y al que lo sustituye en el acto, Dereck Jeter, quien, por cierto, tampoco recibió autorización para desarrollarlo en el encuentro en algún momento.
Los jugadores de Grandes Ligas están olvidando, con demasiada frecuencia, a qué nivel de juego pertenecen y, a veces, da la impresión de que actúan bajo impunidad quién sabe por qué y de quiénes.
Ángel Hernández y Lázaro Díaz, cubano el primero, el segundo nacido en Estados Unidos, conocidos míos y, hace poco, en una interesante conversación, me comentaron que la actitud contra esos jugadores, que demoran a propósito y por boberías un juego, se endurecería con medidas como negar la mayor cantidad posible de solicitudes innecesarias, que fracturan y conspiran contra la duración del partido, por tanto, contra el ritmo y la belleza del pasatiempo.
Pero no son sólo los jugadores, esas “perretas” continuadas de muchos directores, que lo protestan todo y brindan una sesión de pruebas como si estuvieran en un casting de actuación, también tienen que solucionarlo.
El año pasado un juego de 4 carreras entre dos equipos de la Nacional, con una miserable producción de 11 hits entre ambos, en Milwakee, duró cinco horas… ¿Es justa, es aceptable semejante situación? ¿Dónde está el respeto que merece el históricamente considerado “respetable”?
Antes existió “Leo “Lipidia” Durocher, que protestaba cualquier cosa, pero no todos los directores del “buen tiempo ido” se tomaban a la ligera un detalle tan importante como la reclamación, constante y viciosa, con la consabida demora que trae como consecuencias. Eran otros tiempos y otros hombres; por lo tanto, no otro, sino el único respeto que debe existir.
En el medio, el público de hoy, ajeno a sus intereses en relación con el juego; ajeno a la forma como le pisotean la consideración que merece, detalle que, acaso, sea la mayor diferencia que existe con el glorioso ayer: el fanático manipulable y consentidor, casi de actitud paternal por como acepta un fraude envuelto en celofán jonronero y, después, como al Hijo Pródigo, le perdona “la falta” al jugador, al Beisbol Organizado y al picapleitos representante.
Tal vez al fanático moderno le interese poco hacer valer que el pelotero se debe a él; entonces concede tanto que entrega su virginidad ante los cachorros del terreno, ante los lobos de las Oficinas del beisbol y ante los del Sindicato.
Antes ningún jugador podía hablar con otro de un club opositor ni aunque fueran hermanos; a cada pelotero le daban un mapa de la ciudad en que jugaría, en el cual estaban señalados los antros de juego y perversión para que, ni por perderse buscando una dirección, fueran a dar al lugar prohibido y así…
A Pete Rose le recogían las apuestas en el hotel; hoy, cada vez que un jugador llega a una base, se produce un recuento entre el custodio y el corredor en que, lo menos que se analiza y comenta entre ambos, es la situación del mercado de valores.
Los efusivos saludos entre Sosa y McGwire después de que cada uno hundiera más al contrario con un jonrón, no representan ni la amistad ni la fraternidad humana o regional; sino la tónica miserable de la personalidad del juego de pelota de hoy y, si a todo eso le agrega la cantidad de veces que relevan pitchers, los esteroides, los jugadores con juicios pendientes hasta por asesinato… El ambiente es tan raro que, durante la década de los 90’s, un outfielder panameño, nombrado Rubén Rivera, firmó un día con los Yanquis por un millón y, por la noche, le robó un guante y un bate a Dereck Jeter para vendérselo a un coleccionista por 4 pesos. En este desorden de cosas, yo quisiera leer o escuchar la respuesta clara y convincente a ¿A dónde va a parar todo esto?
Miami, FL., USA
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