Biografía de Leo Marini
En cierta noche de frío inclemente, don Luis, un caballero de origen francés, caminó las ocho cuadras que distanciaban el hogar de su restaurante Los Tres Hermanos. Estaba entelerido. No usaba indumentaria que le brindara adecuado abrigo. Al día siguiente, una tos húmeda y persistente, le anunció que una fuerte gripe iba a convertirse en su huésped. Pero sus 35 años, no fueron suficientes para que sus defensas lo ampararan de la complicación neumónica. En cinco días más, la partida definitiva de esta tierra fue inevitable. Y en una de las situaciones abstrusas de la vida, cuando don Luis expiraba en la habitación principal de la casa familiar, en otra, situada siete metros más allá, nacía María Luisa, la segunda descendiente de los esposos Batet-Vitali.
Y tan angelical que se veía Albertico con sus primorosos cinco añitos. Por ser el primogénito, concentraba todos los afectos de la reducida familia. Pero el destino quiso que a tan corta edad, su padre lo dejara huérfano. Y sería Herminia, su madre, la encargada de la enseñanza de ahora en adelante. La manutención económica correría por cuenta de don Felipe, un acomodado comerciante que luego se convirtió en su padrastro, proporcionándole la dicha de tener la compañía de sus dos nuevos hermanos: Alicia Zulema y Jorge.
La historia para Alberto Batet Vitali, comienza el 23 de agosto de 1920, cuando llega al mundo en la ciudad de Mendoza, provincia del mismo nombre en la República Argentina. Al tiempo que su padre atendía el restaurante, su progenitora, ayudaba en las finanzas del hogar y despachaba en una bodega de comestibles que habían adecuado en el terreno residencial. También colaboraba el abuelo paterno.
Después llegó la tragedia... pero el mundo tenía que continuar. El padrastro resultó gran colaborador con las aspiraciones de Alberto. Pero ¿cuáles eran ellas? El joven había escuchado muchas canciones en la radio entonadas por tres cantantes mexicanos, y esas voces lo habían cautivado. El bolero, la temática musical que abordaban, con su ritmo enamorado y cadencioso, lo traía desvelado desde meses atrás. José Mojica, Alfonso Ortiz Tirado y Juan Arvizu, se habían enseñoreado en la sintonía latinoamericana. Alberto tenía una innata facilidad para silbar sorprendentemente bien, que se volvió famosa en el entorno parroquial, por lo cual era identificado con facilidad. Pero tendría que esforzarse mucho para educar su voz, pues en sus escarceos con unas hermosas muchachas vecinas, éstas le alababan el timbre de su voz.
La suerte se colocó de su parte cuando el afamado tenor lírico español Juan Díaz Andrés, después de recorrer América con compañías operísticas y luego de padecer en el Perú la ruptura de su matrimonio, no encontró el sosiego requerido en el Brasil y aterrizó en la capital provincial mendocina, donde residían sus parientes. Alberto lo escuchó cantar por LV 10 Radio Cuyo, que era la única emisora del pueblo y de manera inmediata buscó su asesoría musical. Díaz Andrés, durante un año le enseñó la técnica del buen cantar, alejándole la manía de imitar a Juan Arvizu porque perdía dicción y originalidad. Lo aconsejó para que siempre interpretara música suave y melodiosa, que sería el cimiento para la obtención de su propio estilo. Este profesor lo llevo a cantar en aquella emisora y con Francisco Fábregas, el presentador del programa, fungieron como padrinos con el nuevo nombre que lo haría famoso en el continente: LEO MARINI.
Con una comparsa de amigos en plan de vacaciones viajó a Chile. Allí obtuvo un contrato para cantar en salas de baile y radioteatros de Valparaíso y Viña del Mar. Se sentía muy orgulloso. En 1941 en esas tierras, se encontraba un pianista cubano que monopolizaba la sintonía. Isidro Benítez, tenía organizado un buen conjunto que ambientaba los programas de planta de la emisora local de Valparaíso. Con este elenco, llega Leo al acetato con sus primigenias cuatro páginas: Virgen de media noche (Pedro Galindo), Puedes irte de mí (Agustín Lara), Inútilmente(Luis Aguirre) y Cerca de ti (Luis Aguirre). El sello grabador fue la RCA Victor. Su estancia en el país austral duró cuatro meses.
José Rocha, amigo suyo y propietario de una emisora provincial argentina, le consigue un excelente contrato por cuatro años en la famosa L.R.3 Radio Belgrano de la capital argentina, propiedad de Jaime Yankelevich. La orquesta de planta integrada por 40 músicos, era dirigida por Herman Kumok. Su destino estaba trazado en la música y ocurre un segundo y providencial encuentro. El primer violín de aquella agrupación, Américo Belloto Varoni, simpatiza con Marini y como la clientela colombiana estaba inmersa en la onda bolerística, los directivos de la Odeón, le encargaron a este profesor que grabara dos discos sencillos con boleros en la voz del nuevo artista. Así aparecieron: Llanto de luna, Ya lo verás, Caribe soy y Yo contigo me voy. Estos números se realizaron para los enamorados del área del Caribe y era procedente bautizar el grupo con un nombre que aludiera esta zona geográfica. Así aparecieron Don Américo y sus Caribes. Con ellos se patentizó el verdadero despegue de la carrera profesional de Leo, que en lo sucesivo encontraría despejado un próvido camino. En los entarimados musicales de nuestra América se aprestaron a iterar sus aplausos, pues su fama sería inmarcesible.
Ocho nuevas grabaciones le facilitan una extensa gira internacional: Venezuela, Cuba, Puerto Rico y República Dominicana. Visita a Colombia por vez primera, en una época de agitación política. Luego de recorrer muchas ciudades en una memorable caravana artística, arriba a Bogotá el 8 de abril de 1948. Su valioso Longines tiene un pequeño desperfecto. Lo lleva a una relojería cercana al hotel donde se hospeda, pero es menester dejarlo allí, para reclamarlo en dos días. Cuando comenzaba la tarde del viernes 9, ¡PUM, PUM, PUM!, matan al líder político liberal Jorge Eliécer Gaitán. El caos se apodera de Colombia. Un amotinamiento. A los ocho días Marini apenas puede salir a deambular fuera de su hotel, y desde luego, se encamina a buscar su reloj. No encuentra ni las paredes en pie del establecimiento comercial aludido. Gran decepción en el cantante y una anécdota que jamás olvidaría.
Viaja luego a La Isla del Encanto, para sobreponerse a su desencanto. Allí trabaja en la estación WNEL de San Juan, promocionado por la cadena Kresto y Cupido propicia su primer matrimonio con la dama argentina Esther Salandari. Regresa en 1950 a Buenos Aires y trabaja con la orquesta de planta de la Radio El Mundo en el programa Sonrisas y melodías. Allí estaban maestros de la música como Marzán, Marafiotti y Lister. Después de finalizado su contrato con la Odeón argentina, firma con la Seeco. En 1951, Sidney Seegel magnate de esta empresa, le aconseja marchar a La Habana para que grabe con el grupo de mayores ventas en dichos momentos en Latinoamérica: la Sonora Matancera. Se conoce con sus colegas cubanos y comienza su dilatada amistad musical con cuatro temas de antología: Luna yumurina, Quiero un trago tabernero, Mi desolación y Desde que te vi.
Al mes regresa a San Juan de Puerto Rico, pero al año siguiente, para que las grabaciones con la Sonora sean más profusas, la Seeco le promueve una estadía prolongada en la capital cubana. Allí en 1952 nace su primogénito Luis Alberto. La Habana era una ciudad efervescente, un emporio discográfico y televisivo en Hispanoamérica. Eran los tiempos del Conjunto Casino, los Jóvenes del Cayo, la Orquesta América, el Conjunto Colonial, la Orquesta Riverside, Chapottín y sus Estrellas, Conjunto Gloria Matancera, Trío Matamoros, Dúo Los Compadres, Arcaño y sus Maravillas, los Hermanos Castro, Benny Moré, Olga Guillot, Nelo Sosa, Daniel Santos y tantas otras luminarias.
Nuestro artista con El Decano de los Conjuntos de América, pega un batazo de cuatro esquinas, cuando graba Maringá, Amor de cobre, Tomando té e Historia de un amor. Su inquietud musical lo lleva de nuevo en 1954 a Colombia, tierra donde es idolatrado. Hace yunta con el trombonista, compatriota y director de orquesta Arnoldo Nali y el acetato se impregna de: Infortunio (Fatalidad), Amor del alma y Prohibido.
Cuba lo acoge luego en diversas oportunidades, 1955, 1956 y 1958. En este último año y ya con el advenimiento del formato de larga duración, con la Matancera graba Reminiscencias, su trabajo más vendido en la historia. En Bogotá, se aventura luego a fundar en compañía de su viejo amigo Américo Belloto, el sello discográfico Coro, de corta permanencia en el mercado. Ya había nacido en 1957 en la capital colombiana su segundo hijo, José Luis.
En los albores de los años sesentas, se radica en su patria Argentina. Precisamente allí, le ocurre lo que nadie desea ni para el mayor enemigo: se divorcia. En el mundo hispano de la música el tiempo de bolero se rezaga. La balada lo suplanta. El Rock and Roll enloquece a la juventud. Los amantes caribeños de las notas bullangueras, se inclinan por el boogaloo, cuyos compases en una increíble amalgama, van a confluir en el movimiento salsero de los años por venir.
Señora Bonita, el sugestivo bolero que había grabado el colombiano Nelson Pinedo, en dos oportunidades anteriores, es un suceso en su voz, cuando lo graba en Caracas en 1970 con la Sonora de Arnoldo Nali. Es como su resurrección profesional. Carlos Andrés Pérez, Presidente de Venezuela, lo condecora en 1978 por su trayectoria musical. A su lado también se encuentran, Libertad Lamarque, Toña la Negra, Bobby Capó, Dámaso Pérez Prado y Pedro Vargas. Se estaciona luego en la tierra de Bolívar. Renato, el magnate de la farándula venezolana, solicita sus servicios para que su segunda orquesta Los Solistas de Capriles, enriquezca su repertorio con su melodiosa voz.
Una vez más Cupido le apadrina su segundo connubio con la dama chilena Gloria Solana y de manera definitiva, después se va a vivir a Buenos Aires, buscando la cercanía de sus dos hijos. Cuando en la década del ochenta es requerido en otras latitudes, vuela a Caracas, San Juan, Bogotá, Medellín, Cali, México, a deleitar a sus incondicionales fanáticos. Pero, llega 1993... Permítame explicarle. La dificultad que usted tiene para la micción, puede ser causada por una obstrucción de la próstata, que a su vez puede deberse a una inflamación benigna o en el peor de los casos, puede producirse por una neoplasia de pronóstico reservado.
Leo Marini escuchaba atentamente las consideraciones del galeno. Estaba sentado y en su mano derecha apretaba un bastón. A su lado, Gloria su rubia esposa, también estaba expectante. Esa molestia que lo atormentaba desde hacía cuatro meses, en la última semana se había convertido en un verdadero sufrimiento. Ya tenía dificultad hasta para caminar. Sus piernas a veces eran trémulas ¿Por qué? ¿Si la sintomatología inicial era tan sólo urinaria?.- Así es que pienso enviarle una pesquisa radiológica muy sofisticada, que nos aclarará la dimensión de su enfermedad
— Prosiguió en sus comentarios el joven médico, que en su diestra portaba un bolígrafo, con el que puntualizaba cada tramo de su conversación. Su consultorio era sobrio, en donde sobresalía una mesa de examen, con estribos metálicos para acomodar a sus pacientes urológicos. Un reloj marcaba las cuatro y 20 minutos.
—Don Leo, en tres días tendremos el diagnóstico exacto de sus afecciones, después de evaluar los resultados de los análisis que le voy a ordenar. Es cuestión de tiempo. La droga que le voy a formular le calmará mientras tanto sus dolores. Además la sonda vesical le facilitará la evacuación urinaria.-
— ¿Doctor — preguntó el cantante — si resulta que tengo un cáncer, hay esperanza de que en una operación que me lo extirpe y pueda trasladarme pronto a otro país? Tengo un buen contrato pendiente para una gira artística. La vida está dura y debo obtener dinero para poder pagar todo lo concerniente a mi enfermedad.
—Amor, primero está tu salud y luego el trabajo. - La esposa que había estado callada interrumpe con decisión. —Doctor, desde que viene enfermo, no hace sino repasar las canciones que dizque va a interpretar. No deja ni dormir. Por eso se tardó tanto para venir a su consulta. Decía que eran malestares pasajeros de viejo. Claro, de viejo prostático. Y ya ve usted que la situación parece muy complicada.
El temido diagnóstico se confirmó a los tres días. Leo Marini tenía un cáncer de la próstata, con repercusiones sistémicas. Las metástasis óseas de la columna vertebral, certificaban el estado avanzado de su padecimiento. Lo que seguía sería un calvario: posibles cirugías y una hormonoterapia agresiva. Cinco, siete o diez años de supervivencia, con una deficiente calidad de vida. La actividad musical de Leo en el futuro estaba en entredicho. Sus mejores recursos los debía encaminar a procurarse su misma supervivencia. Sus 73 años bien trajinados, de los cuales 54, los había dedicado con ahínco al trabajo musical, le indicaban que los mejores momentos ya habían transcurrido.
Los 55 L.D. que había grabado eran historia. Una historia bien documentada, con anécdotas por miles, dos matrimonios, dos hijos de distintas nacionalidades, uno cubano y otro colombiano. Una actividad farandulera pletórica de alegrías y frustraciones, y a la hora de realizar balances, el aspecto económico era el más discutido. Atrás quedaban sus experiencias en el microsurco con el acompañamiento de buenas agrupaciones musicales, como las de Leroy Holmes, Juanito Arzúa, Pedro J. Belisario, Luis Barragán, Pedro Mesías, Lino Vinci, Vicente Bianchi, Toby Muñoz, Edgardo Quintero, Valentín Trujillo, Larry Godoy, Jorge Beltrán y Los Peniques, José Luis Ramírez, Carlos Guerra, Sonora Salomón, Conjunto Los Provincianos, Sonora Silver y Sonora de Lucho Macedo. Su capítulo con la Sonora Matancera merecía categoría especial.
La pantalla grande tampoco le fue esquiva y fue protagonista en la época dorada de tres filmes: Sueña mi amor (1946, en Chile), Mary tuvo la culpa y Qué rico el mambo (1949 y 1950 en Argentina). Para su orgullo, tenía un prestigio continental logrado con tesón y justos merecimientos. Sus apelativos de El Bolerista de América, La Voz que Acaricia, La Voz que Arrulla, El Bolerista de Siempre y El Bolerista Continental, bastarían para merecer el calificativo de leyenda. Su público se contaba por millones. Todos los países de Iberoamérica acogieron su cálida voz en los momentos cumbres. Su calidad artística se paseó por teatros, clubes, casinos, radio y televisión. Fueron épocas victoriosas. Días exultantes.
Pero ahora todo era distinto. El declive insoslayable de la vida ya había llegado. Era coherente sentarse con su esposa Gloria para planear el futuro. Las alegrías recibidas por ambos hijos, cuando le procuraron los cinco nietos, fueron inenarrables. Tan preciosos todos. Tendría que recordar también que desde hacía 12 años, cuando presintió una debacle económica en su país, ya había distribuido entre los dos hijos, a manera de herencia, una cantidad considerable de dinero para que se aseguraran un futuro tranquilo. Gloria poseía por su cuenta un cómodo apartamento y ciertos ahorros que le reportaban buenos intereses para los gastos de una dama de 51 años.
Abandonar de una vez por todas el entorno musical no sería fácil, pero las circunstancias eran mandatorias. Sus músculos no le respondían con la acostumbrada eficiencia. Aunque cuando se subía a un escenario a deleitar a la clientela, una oleada de energía lo invadía y olvidaba su deleznable condición. Y lo mejor de todo, su voz adquiría nuevas tonalidades y unos bríos insospechados recorrían su cuerpo, sin solicitar aquiescencia a la ley de gravedad. Entregarse a su público era su obsesión. Así fue como asistió en Buenos Aires en 1995 a un merecido homenaje que le brindaron sus compatriotas y del cual quedó para la posteridad un disco compacto.
Sería extraordinario que una vez llegada su hora final lo enterraran con la pompa que mereció el gran Carlitos Gardel. Aunque tenía por bien sabido que ello era difícil de realizar. Pero su prestigio en la América Latina era cimentado. Un artista por antonomasia es vanidoso. En Colombia fue la atracción del bolero. En Venezuela lo consideraron como suyo. En Cuba, su primer L.D. fue récord de ventas. En México tierra de eximios artistas, fue estrella de muchos espectáculos. En el Perú, le obligaron a montar en un elefante de circo para cantar en unos carnavales. En Chile, el país que lo lanzó a la fama, lo idolatraban. En Puerto Rico, lugar de su primer matrimonio, fue acogido como figura estelar.
El domingo 15 de octubre del año 2000, cuando las manecillas del reloj marcaban en la tarde la 1:30, Leo Marini, apaciblemente, entregó su alma a Dios. Los rezos y los brazos de sus hermanas Alicia Zulema y María Luisa, lo asistieron cuando se sumergió en las tinieblas ineluctables, las que no tienen regreso. Para testificarle una entrañable admiración, allí mismo hubiésemos querido estar también muchos de sus incondicionales amigos. Su fin llegó sin dolor, sin afán, sin estremecimiento. Se clausuró el ciclo de su vida en la misma casa de la ciudad argentina de Mendoza donde había comenzado hacía 80 años y 53 días. A veces el Todopoderoso permite que los últimos instantes de un hombre transcurran como la semblanza de su vida. Porque si bien es cierto que en su senectud obtuvimos su amistad, los amigos que lo conocieron desde siempre, están conmigo de acuerdo en que era todo un caballero. Circunspecto pero amable. Callado pero amistoso. Observador pero sincero. En su eximia recolección de aplausos de su prolija carrera musical, agenció amistades a tutiplén. Se codeó con presidentes, magnates, políticos y literatos. Así mismo con empleados, obreros y personas comunes y corrientes. Para todos era Leo simplemente. El gran Leo. El insuperable Leo. La tesitura de su voz era su carta de presentación y su calidad humana fue la clave para ya no olvidarlo jamás.
Los colombianos nos debemos sentir orgullosos, porque no desaprovechaba ninguna entrevista para pregonar que nuestra tierra la consideraba como su segunda patria. Muchos coleccionábamos sus nuevas grabaciones y se festonó en la vida farandulera una nueva frase: el estilo Leomarinesco. Con ello se quiso exaltar su voz de tenorino, arrulladora voz, sugestiva y sugestivante, que subyugando a millones de personas, permaneció para siempre en la impronta de las almas.
Fue precursor y adalid del bolero tango. De su entorno argentino, trajo las partituras de varios tangos, para que con el Decano de los Conjuntos de América, rubricara una modalidad musical, que ha tenido siempre muchos adeptos:
Tú quieres más el mar
me dijo con dolor
y el cristal de su voz se quebró.
Recuerdo su mirar
con luz de anochecer
y esta frase como una obsesión...
De los boleristas famosos de los años cincuentas, Leo Marini en Colombia ha sido, el que más ha perdurado en la reminiscencia musical. A tal punto, que en las emisoras orientadas a la música popular, día no hay en que no se pongan sus grabaciones. Ha obtenido este mérito mediante dos razones muy contundentes. La primera. Su calidad interpretativa. La segunda, la señaló el mismo cuando en una medellinense mañana durante la charla de un apetitoso desayuno, le preguntamos:-- Maestro, ¿por qué usted fue el bolerista de la época antigua que más trascendió hasta el tiempo presente? Con elocuencia, categóricamente sentenció:-- Porque yo me uní a la Sonora Matancera y los otros se quedaron en lo suyo. Siempre atesoró gran estimación y respeto por los yumurinos. Comentaba: --- Para mí, nunca antes de la Sonora ni después ha existido una que la iguale. Todos eran caballeros y compañeros sin igual. ¡En los años cincuentas estaba ese conjunto como un tiro! Ellos son ejemplo para las nuevas generaciones y quedarán por siempre en el sitial más destacado de la historia musical.
Los expertos ya propalaron su veredicto: la Sonora Matancera es un mito de la música popular del siglo veinte. Y con entereza ha contribuido de modo indiscutible para que Bienvenido Granda, Daniel Santos y Celia Cruz lo sean también. Por sus conquistas, trascendencia y perdurabilidad vaticino que La voz que Acaricia también lo puede ser. Cuando para evaluar sus preferencias, los coleccionistas y expertos han realizado encuestas para definir la trilogía de todos los tiempos en el bolero, inalterablemente Leo ocupa un lugar cimero. Siempre está en el podio acompañado de Fernando Albuerne y por otro que pudiera ser Genaro Salinas, Hugo Romani, Wilfredo Fernández, Lucho Gatica.
Muchos de los latinoamericanos han sido fruto de los amores propiciados por Leo Marini con sus canciones. Pero también, un descanso, una copa de vino y una melodía del Bolerista de América, son conducentes para que la imaginación retrotraiga imágenes de lueñes amores, de amores imposibles, de ingratos amores. Los invito para que en el pentagrama de nuestra memoria musical, siempre evoquemos con cariño a ese gigante de la cancionística de América, cuyo nombre se escribirá por siempre con letras indelebles: Leo Marini
Caribe soy
de la tierra del amor
de la tierra donde nace el sol
donde la verdes palmeras
se mecen airosas, al soplo del mar...
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