LA SORPRESA MAYÚSCULA DEL BASURERO CUNNINGHAM
Por Andrés Pascual
En 1953, Willie Ketchum, manager del campeón mundial lightweight Jimmy Carter, le declaró a la prensa que, a partir de aquel momento, se haría cargo del trainning del monarca, el hombre culpó al desamor por el entrenamiento de los fracasos recientes que tuvo el pugilista: de casa al gimnasio y del gimnasio a casa…
Después de 5 meses, seleccionó a un corista de nombre Charles Thompson y a la ciudad de Miami para para desenvolver el producto mejorado y listo para empeños grandes. En el bout no estaría en juego la diadema de su pupilo.
Pocos días después de iniciada la campaña publicitaria para el pleito entre el monarca y un casi desconocido del oficio, recibieron la noticia de que Thompson no podría pelear por lesión.
En casos de suspensión inmediata, es (o era) el manager quien valora posibilidades y, claro, escoge al suplente que resuelva a favor de su boxeador.
Del directorio de peleadores disponibles, que alternaban sus trabajos con algún que otro pleito de cuando en cuando, surgió el nombre de Johnny Cunningham (foto tomada de BoxRec), un basurero de Baltimore que, algunas veces, se ponía una trusa, guantes y subía a cubrir ausencias en peleas sin importancia para obtener algún ingreso extraordinario.
El hombre y su familia comían caliente y vivían con la resignación y los 58 dólares semanales de su trabajo.
Cuando al barrendero le informaron que había sido bendecido por la generosidad angelical de Ketchum, no podía creerlo: a Miami contra el campeón mundial, verdad que sin posibilidad de ganar la faja, pero eso no importaba, tampoco abrigaba la mínima esperanza de ganar la pelea.
En el hogar, la noticia causó más alarma que satsfacción, porque su esposa temía que la ausencia se reflejara en su trabajo fijo y seguro con resultados desastrosos para la familia si lo perdía.
Entonces el barrendero pidió 3 días “franco”, no estaba entrenado, pero no era preocupante; le pagarían 1,500, por los que no estaba dispuesto a matar a nadie, pero sí a dejarse matar por cualquiera…
Cunningham llegó a Miami por vía aérea a las 7 de la mañana, nadie fue a recibirlo, tampoco sabía dónde hospedarse por los promotores, entonces vagó por la ciudad ¡5 horas! Con su cajita de cartón y sus escasas pertenencias; era el reflejo de la amargura superando por nocao la emoción por la pelea con el campeón y por el dinero prometido.
A mediodía localizó al matchmaker, por entonces Jimmy White, que lo llevó a un hotel como los que aparecían en las películas de pandilleros de los 30’s, 40’s y 50’s, en que un reo con libertad vigilada debía compartir “el reposo” con un grupo grande de maleantes de iguales características.
Comió sin apetito y durmió sobresaltado, elementos suficientes para ni poder levantarse de la cama, entonces alguien le llevó un diario del día, en que el propio manager de Carter dictó el panegírico: se le presentaba como a un peleador más peligroso que un león con varios días sin comer (si cabe, por el ayuno, quizás hubiera alguna razón ¿Lo de fiero…? ¡bah!).
Cuando Cunningham estaba en su camerino, le presentaron al hombre que lo ayudaría en función de second, ni cutman ni más nadie en el lugar, totalmente abandonado a su suerte; tampoco había sido “contratado” con cláusulas ni imposiciones, fue la suerte y chirrín chirrán, que a la suerte no se le objeta o no regresa más nunca.
El barrendero le preguntó al personaje qué debía hacer y el tipo, alardeando de sapiencia y adoptando una pose docta, le explicó que Carter siempre empezaba lento, pero pegaba duro, entonces tenía que mantenerse distante y emplear el jab todo lo que pudiera.
El barrendero repetía constantemente el consejo “boxear y mantenerse en distancia…” y boxeando y manteniéndose en distancia, Johnny Cunningham le dio al mundo del boxeo una de las más grandes sorpresas de todos los tiempos, porque le ganó por decisión abrumadora la pelea al campeón, que no puso su corona en juego, pero jamás volvió a enfrentar al hombre.
Cunninham murió en 1998 como el desconocido que, una vez, un hombre le propuso boxear contra un campeón del mundo y que, no conforme con eso, pateó al monarca en Miami en 1953.
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