Rigondeaux ni gusta ni interesa
ANDRES PASCUAL
No tiene “ángel” para la multitud ajena
En los países de tradición y efecto del boxeo profesional, un joven con vocación inicia su aprendizaje a través de la televisión; observando entrenar a pugilistas en asistencias furtivas al gimnasio; o “colándose” en la arena, estadio o en cuanto local exista en la cuadra, en el barrio o en el pueblo en que se celebren programas. Así era en Cuba antes de 1961…
La relación con el estilo de pelea profesional comienza desde que es un niño casi y lo mantendrá durante el tiempo que actúe como amateur, por lo general, poco.
Una vez que pase a las filas de la actividad rentada, el trainer debe ser un profesional didáctica, filosófica y sicológicamente para perfilarlo de acuerdo a un nivel mucho más exigente y de más clase, porque se paga. Por ejemplo, materia absolutamente prohibida en el aficionismo, la defensa del profesional a través del “waiving” o movimientos de torso, con el tren superior bajo hasta el cinto y moviéndolo de izquierda a derecha (algunos lo llevan a las rodillas del contrario casi). Eso, entre amateurs, es tabú: el boxeador, parado, invitando al contrario a golpearle a la cara, porque son los únicos golpes que se apuntan, vicio que genera el otro de apenas emplear el upper o el hook, una vez que la pelea “infight” es improcedente porque no cuenta para el juez ¿Resultado? Tres rounds con menos de 25 golpes tirados entre ambos pugilistas muchas veces.
En el único país del mundo en el que los boxeadores bisoños no pueden observar a los profesionales es en Cuba, por lo que tienen que hacer su “visión clásica a seguir” de boxeadores que, cuando saltan, luego de 200 ó más peleas aficionadas, todavía es común que eruditos digan: “necesita pulir esto o aquello…”
Y llegan con más edad que la adecuada para poder erradicar vicios que, en el boxeo profesional, los hacen poco interesantes o atractivos para el público, que es quien debe gastar una pequeña fortuna de acuerdo a los tiempos, para hacer rentable un programa de boxeo por la televisión de hoy.
Rigondeaux, con más fanfarria de gradería que brillo real, con una estela de brillo olímpico impresionante, es un verdadero fracaso para el boxeo profesional, precisamente, porque envejeció en el amateurismo; por tal razón, logró todas esas medallas que hoy no le sirven para nada y que, viéndolo desde un ángulo realista, le hacen daño, por lo que se espera de él y por lo poco que tiene para ofrecer que cumpla con la expectativa, no con el público cubano de nueva edición, que sabe poco y se fanatiza más, sino con el ajeno, que es quien decide en qué lugar y cuándo puede pelear un boxeador por su “gancho para la multitud”.
Por eso algunos de estos cubanos se demoran tanto para boxear no solo en buenos programas, sino en cualquiera de mala muerte.
En el boxeo hay que tirar, el boxeador que no tira no gusta, no se puede retroceder sin ripostar y ese es el sello de Rigondeaux; por esa razón, en la pelea contra Rico Ramos le quieren pagar menos que al boricua y no solo eso, sino que el promotaje entendió que, por lo poco atractivo que resulta el oriental, con un potaje de chícharos con chorizo y un batido de frutabomba resolvían el problema.
Casamayor va a estar en el programa Márquez-Pacquiao porque es lo mejor que se ha visto aquí desde que se retiró Mantequilla Nápoles y Yuriorkis es una máquina de tirar, más un novato predestinado al superestrellato de nombre Hairon Socarrás; todo lo demás es, sencillamente, “más cáscara que boniato…”
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