LA PENÚLTIMA CANALLADA
Por Andrés Pascual
Hace 93 años, un escándalo de arreglos de juegos por 8 peloteros del Chicago White Sox, casi liquida la perspectiva del beisbol no solo como deporte de multitudes, sino como pasatiempo nacional. Entonces contrataron a un recio hombre público, de respeto y mano dura contra las malformaciones sociales, para que se hiciera cargo de “meterlo en cintura” con la creación del Imperio de la Ley y el Respeto en lo que algunos se habían empeñado en convertir en una selva.
El hombre separó para siempre de cualquier relación con el deporte a los implicados e hizo otra cosa: solicitó que las instancias políticas ejecutivas nombraran un supervisor permanente en la figura de un miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara; así, el beisbol llegó tan lejos en consideración, que todavía goza de la política de exención impositiva, hoy francamente nociva por el manejo fraudulento y abusador de su beneficio con afectación del deporte.
Kenneth “Mountains” Landis pasó a conocerse desde aquel momento como “El Juez que salvó al beisbol”, sin embargo, los liberales americanos modernos, sin un ripio ni de vergüenza ni de principios, capaces de destruir no solo al deporte, sino a la estructura sociopolítica absoluta, evaden reconocer la gestión por la que el beisbol, a pesar de ellos, todavía existe e identifican en la media controlada a aquel “salvador” como “racista”, evitando relacionar los “errores” de estos modernos decadentes con la efectiva acción que contribuyó a colocar al juego en niveles de privilegio en todos los países que lo tienen como preferencia.
Porque, que no lo dude nadie, el beisbol es conservador americano, creado por conservadores, (olvídese de las historias de “los indios en Cuba o los marcianos en Marte”), desarrollado y perfeccionado a lo largo de su primera gran era por quienes lo amaban tal reflejo patriótico, digno de cuidarse como lo que es: un símbolo de la tradición americana, de su identidad nacional.
Sin embargo, los liberales de izquierda que cunden todas las oficinas del Beisbol Organizado, desde el Comisionado hasta el último-a oficinista, para los que importa poco la nación, el estado, la ciudad o el pueblo, manejan las operaciones del beisbol con la avidez de lobos con doble objetivo: enriquecerse a costa de una población significativamente liberal, con la ayuda de la media politizada contra todo lo que represente la lucha hacia actividades antiamericanas y utilizarlo como trinchera de sus decadentes propósitos políticos e ideológicos con visos oportunistas al efecto.
Jeffrey Loria “castigó” a todos los que creyeron en él con la sentencia “si lo hicimos para discutir el primer lugar y quedamos últimos…” entonces envió a Josh Johnson, a Mark Buehrle y a José Reyes a Toronto… por ahora, bastante.
“El señor le dio un galletazo a los políticos que lo ayudaron a conquistar Miami” en fase de invasor vulgar y rapiñero; a la media local que, por orientaciones de los dueños de periódicos, del radio y de la televisión, tan liberales como Loria, nunca han podido decir “esta boca es mía” contra esas oficinas, despiadadamente despreciables y ¿Quién sabe si por el tan llevado y traído “acuerdo de mutuo beneficio”, por el que lograban un palquito para la familia, o para un amigo que llegó de Cuba y, cuando regrese, se encargará de promover al tipo en el “barrio” como a un cronista de “punch”? Eso, como alimento del ego, no tiene desperdicio… pero, ¿Y el beisbol, los Marlins? Bien, que fildee el de atrás, que también cobra…
Sin embargo, Miami nunca fue entusiasta como para mantener una franquicia saludable de clase B ni de triple A ayer, mucho menos de liga grande hoy, porque no tiene el público necesario para hacerla exitosa: los cubanos “viejos” prefieren hablar de pelota que asistir al estadio; los nuevos tienen al balompié como primer deporte desde que salen de Cuba; con dominicanos, boricuas o nicas no se hace quórum y los venezolanos tienen demasiados intereses, el soccer también cuenta, como para hacer triunfadora en asistencia la franquicia, ¿Qué queda cuando, para ponerle la tapa al pomo, la televisión se encarga de “en vivo, directo y a todo color”, una sustancialmente buena cantidad de juegos como para ahorrar la barbaridad que hay que pagar por la gracia de estar allí? después, el radio como segunda opción.
Nadie sabe por qué se aprobó la compra del club por Jeffrey Loria, que hundió al Montreal y que por poco lo hace en contubernio con Bud Selig con el Minnesota y nunca se ha esclarecido aquella actividad delincuente.
Un individuo que nunca se cansó de justificar su necesidad por el estadio y lo imposible de costearlo con la queja de que no podía pagar ni la tintorería del club, el mismo que ¿no había podido? con otra franquicia de pequeño mercado en Canadá y necesitó que el grupo de dueños y el Comisionado se encargaran de ella, hasta que apareció un comprador y la trasladaron a Washington… ¿Quién tiene la culpa de todo este problema con los Marlins?
Los que crearon una agencia libre que convierte en mercenario al jugador con contratos a largo plazo, de los que juega al 100 % solo uno o dos años; los que se dejaron imponer ¿o fabricaron? una Asociación de Jugadores que dirigen verdaderos picapleitos, reales fulleros profesionales; los que no pagan la culpa por el asunto sustancias prohibidas, que, sospechosamente, como que renace hoy en medio de bajas de asistencia no solo en Miami; los que debilitan el pasatiempo con la expansión y quieren recoger el dinero que no logran en la Serie Mundial con la ampliación de la postemporada; los que buscan suplantar febrilmente la importancia del Clásico de Octubre de Grandes Ligas, con ese otro que es una vergüenza como competencia, al que promueven muchos cronistas con poca chispa como para advertir la tomadura de pelo con intereses detrás, o por demasiada simpatía por el liberalismo…
A fin de cuentas, los que desmontaron, con el apoyo de casi todo el mundo y ninguna protesta en contra, ese imperio-edificio de la decencia y la tradición americana llamado beisbol (a pesar de la Cláusula de Reserva y por encima de esta) cuya primera piedra la colocó el Juez Landis hace 91 años, al crear las reglas de estabilidad para algo tan sensible como el juego de pelota en Estados Unidos.
Los mismos que pisotearon el legado histórico al elegir a Bud Selig, jefe del clan asolador del beisbol moderno, al que pertenece Loria, que fueron capaces de expulsar al independiente Fay Vincent para no tener ni objeciones en contra de sus planes vandálicos contra el otrora deporte nacional.
Se parece demasiado a la acción de la horda castro-comunista con respecto a la pelota cubana como para que, cuando uno piense en un Juego de Estrellas suspendido sin decisión por decreto del Comisionado; o en el retraso del primer juego de una Serie Mundial para que un presidente liberal, buen representante y apoyo de ellos, colocara un anuncio de campaña, vayan a intentar meterle limones por mangos a quienes hemos hecho de la defensa de los verdaderos valores político-sociales un evangelio.
¡Por favor!, ya nada es nuevo y todo es peligroso, comenzando por lo que hizo Jeffrey Loria y continuará haciendo, aunque Selig diga que está revisando el canje, incluso aunque lo detenga. Este deporte, como toda la sociedad americana, está en un verdadero lío logrado con anuencia de la población, no hay alternativas, porque no hay vergüenza.
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