Nacho Beristain EL NOBLE ARTE IGNACIO BERISTÁIN: EL ORIGEN DE UN MAESTRO DEL BOXEO
Cada 15 de mayo, el pueblo entero es una fiesta. Cohetes, improvisados juegos mecánicos y cualquier cantidad de cornetas, acompañados de misas en la icónica iglesia color pistache ubicada en el centro, rinden tributo a San Isidro; santo patrono del pequeñísimo pueblo llamado Actopan, en Veracruz. Ahí, en ese lugar que apenas llega a los mil habitantes, nació en 1939 el entrenador boxístico y miembro del Salón de la Fama: Ignacio Beristain.
Enamorado total del pugilismo –y también fiel lector del fallecido escritor portugués José Saramago-, Beristain creció en Xalapa bajo la tutela de su tía y su abuela. Ahí, peleaba constantemente contra sus compañeros de clase a sabiendas de que al llegar a su casa con moretones en el rostro y la ropa manchada de sangre, le esperaban los coscorrones de la abuela. Sin embargo, aquel chico que gustaba de echarse un tiro con muchachos más grandes y corpulentos que él, se refugiaba constantemente en la música: era admirador total de Ludwig van Beethoven.
Ahora, muchos años después, podemos encontrarlo invariablemente en el gimnasio Romanza. Es ahí donde deja claro por qué es conocido como la biblia del boxeo. Peleadores como Juan Manuel Márquez, Óscar de la Hoya, Gilberto Román y Daniel Zaragoza (del apellido de éstos dos últimos deriva el nombre de su gimnasio), y muchísimos otros han sido orientados y dirigidos por él, llegando a ostentar títulos mundiales. Don Nacho asegura que ha dirigido a 25 campeones mundiales. No por nada el Consejo Mundial de Boxeo lo catalogó como el mejor preparador pugilístico del planeta.
A los quince años llegó a la Ciudad de México. Poco tiempo después entró por primera vez a un gimnasio, en lo que fue un auténtico caso de ‘amor a primera vista’. Ahí demostró que tenía cualidades y, bajo la tutela de varios entrenadores, fue puliendo todas y cada una de sus falencias. Comenzó a entrenar al equipo de la Secretaría de Obras del DF –con poco más de veinte años- haciéndolos campeones estatales. Su nombre comenzó a resonar en el mundo boxístico hasta que, de cara a los Juegos Olímpicos de 1968, fue tomado en cuenta para ser parte del grupo de entrenadores de la selección amateur. Con él en el equipo las medallas cayeron a racimos: cuatro en los Juegos de México, una en Múnich 1972 y otra más en Montreal 1976. Fue también al evento celebrado en Moscú, en 1980, donde a pesar de no conseguir medalla, logró uno de sus más grandes triunfos: conocer a Daniel Zaragoza.
La eliminación del apodado Ratón Zaragoza en tierras rusas no estuvo exento de polémica: se encontraba a un triunfo de acceder a las medallas, pero una cortada en la frente que él calificó como producto de un cabezazo, le costó salir de la competencia. Beristain vio en él a un prospecto inigualable y, palabras más, palabras menos, le aseguró que triunfarían en el profesionalismo. Y vaya que lo hicieron.
El Ratón fue el primer pupilo de Beristain en convertirse en campeón mundial. Con 74 años, Ignacio Beristain se encuentra con la fortaleza de cualquiera de sus alumnos. Tuvo serias complicaciones en el ojo derecho producto de un puñetazo recibido a los veintitantos años, padeció una neumonía que estuvo muy cerca de acabar con su vida y, según sus palabras, todo el dinero que ha ganado lo ha destinado a sus hijos. Él es Ignacio Beristain; uno de los mejores preparadores boxísticos que ha tenido México. El que entrena a 34 muchachos, se levanta a las cuatro de la mañana, corre seis kilómetros y, siempre, es el primero en llegar al gimnasio.
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