Una fuerte y rara presencia racista
ANDRÈS PASCUAL
El racismo le impidió a muchos atletas negros competir en igualdad de condiciones contra sus homólogos blancos; pero quien resultó verdaderamente lesionado fue el propio deporte: las manifestaciones atléticas de conjunto no tuvieron el colorido, desde sus inicios, por la exclusión del competidor negro y, los individuales, como el boxeo, no fueron todo lo brillantes que debieron ser por lo mismo.
Lo que hicieron con Jack Johnson fue un abuso al aplicarle, injustamente, el Acta Mann sobre proxenetismo que, hoy, algunos congresistas, como John McCain, han pretendido rectificar a través de una propuesta al presidente Bush, primero e, increíblemente, Barack Obama, después, la desacreditó.
A Harry Wills le impidieron pelear contra Jack Dempsey cuando los cronistas y especialistas de la época entendían que el Ciclón del Lago Salado no tenía algo que hacer en un ring contra La Pantera Negra de la división pesada.
El nigeriano Battling Siki, de velocidad felina en el cuadrilátero y fuerza descomunal, fue convertido en un payaso peligroso para la sociedad neoyorquina y empujado a los lúgubres pasillos de la delincuencia, donde fue asesinado a tiros, en un callejón de Harlem, sin que todavía la policía, que no le interesó conocer el autor del crimen en su momento, sepa ni quién lo hizo ni cuál fue la causa.
El racismo contra los negros estuvo presente siempre en los intereses de los mandamases del boxeo tal vez hasta los 60’s y los hispanos tampoco escaparon de ese sentimiento antihumano: el peso mediano cubano Esteban Gallart, conocido como Kid Charol, puso proa a Argentina, en vez de establecerse en Estados Unidos, por miedo al racismo, donde hubiera sido capaz de emplear con brillantez de inmortal sus extraordinarias dotes como pugilista.
De una y mil formas Armstrong, Ike Williams, Gil Turner, Sandy Sadler, Black Bill, Tiger Flowers, Montañez, Holman Williams, Panamá Brown…en un abrazo circunstancial de negros e hispanos, así como los filipinos Speedy Dado, Pablo Dano, Pancho Villa o Ceferino García, fueron mordidos por el inclemente y brutal flagelo.
En el resultado de la pelea Dempsey-Firpo, debió existir el miedo racista a que el campeón americano perdiera oficialmente cuando fue sacado del ring por una poderosa derecha del Toro de las Pampas y, en actitud violatoria e injustificable, vuelto a subir.
En una pelea que nadie podría llamar la más grande de la historia ajeno a la recaudación ganancial ni ninguno de quienes hubieran sido los oponentes soporta el calificativo competitivo contra Robinson, Durán, Leonard, Armstrong, Alí o Joe Louis aparece, evidentemente, un nuevo, raro y solapado tipo de racismo, preferentemente de una parte considerada minorías en este país, hacia el contendiente negro: basándose en la estela delictiva del entorno de Mayweathers jr. los calificativos de “ese negro” campean por su respeto al referirse al pugilista una serie de personas que, de blanco, han de tener muy poco y, si descienden de españoles, como yo, menos…
El odio, el desprecio más al “negro americano” que al convencimiento de que Manny Pacquiao pudiera ganar por sus condiciones como boxeador, pone a muchísimos hispanos en el bando de aquellos que escupieron a Joe Gans y a Sam Langford; de los que le dieron una bofetada a Clemente en su año con Montreal.
Entonces se presenta al filipino de tal forma que se pretende inspirar cierta lástima y compasión por su altruismo notable; pero inútil sobre el ring.
Es una falta de respeto a sí mismos el comportamiento de muchos hispanos ante la raza negra, en especial americanos, sin tener en cuenta que, para los que mandan en el boxeo, incluso para ese promotor negro que quiere ser blanco llamado Don King, el concepto hispano casi siempre significa frazada que limpia el piso, gústele o no a quién sea ¡Ah! El Pacifico Sur, sobre todo Filipinas, también juega.
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