Fistiana es un relajo
Por Andrés Pascual
Sugar Ray Robinson boxeó en 200 peleas
El cambio de escenario desde el Madison Square Garden hacia los fastuosos, caros y peligrosos hoteles de Las Vegas, aceleró la espiral de la corrupción en el boxeo: mucho dinero, mucha miseria humana, mucha decadencia…
El dinero es el principal contribuyente en el debilitamiento del deporte, no porque sea pecado ni malo ganarlo, sino por el uso indebido y sucio en los colaterales ajenos al ring. Nunca como en los últimos 20 años ha sido tan corrupto un deporte que ha hecho su propia historia negra y trágica con la corrupción como eje de los acontecimientos.
El dinero compra la exageración con el calificativo de “superestelares” de algunos peleadores de hoy y hasta un par de nombres acorde con el tiempo se leen: megapelea y megapeleador.
La aparente independencia financiera de algunos peleadores les da la posibilidad de entrometerse en asuntos en los que no podía antes de 1980 como, por ejemplo, la cantidad de familiares y amigos que acompañan a un boxeador: padre, hermanos, tíos… estén preparados para la labor o no, estarán en la esquina como reafirmación del precepto de que “todo quede en casa” con respecto al dinero, sin embargo, la verdad es que a veces se evita pagar una buena esquina por el servicio gratis y, desde tiempo inmemorial, “lo barato o lo gratis casi siempre sale caro”.
Todavía peor han sido las riñas tumultuarias que han iniciado familiares como por ejemplo, de Zab Judah o de Floyd Mayweathers jr por no poder contener las emociones y hasta sanciones de prisión han ocasionado.
Hoy existen boxeadores que, cada vez que lo creen necesario, se van con el anuncio de retiro definitivo para regresar directamente a una pelea de campeonato en otro peso por el que no hicieron escalafón, más gordos, más lentos y con un 25 % de condiciones menos, pero igual de protegidos para asegurarse de que el referí levante su brazo aunque usted no lo haya visto ganar. Esas violaciones de los rankings no tienen nombre.
Estos movimientos deshonestos los pueden hacer la televisión y el promotaje porque, como que ningún peleador de hoy boxea lo suficiente
como para que se le respete por una antigüedad ganada en rounds, casi no reciben castigo.
La meta no son las 100 peleas como el guarismo de una carrera de respeto, sino que con menos de 40 (Fernando Vargas, menos de 35 y dos veces campeón mundial), cierta prensa se encargará de colocarlos sospechosamente al lado de aquellos que peleaban hasta dos veces en un día o a dos y más por semana durante más de 10 campañas de actividad.
El dinero que ganan por un pleito muchas veces aburrido y de poca energía en el ring, les permite tomarse la vida deportiva como una adelantada versión de un retiro raro y rechazable. Y por las reglas que humanizan al boxeo como el uso indiscriminado del nocao técnico, por lo que no reciben cantidades ni relativas de golpes, pues se pueden dar esos lujos que les harán lucir como maravillas cuando en realidad, de acuerdo a la época gloriosa de este deporte y a su clase real, no hubieran sido más que coristas del ring.
Sesenta dólares por ver a un peleador liquidado o a un paquete en short y zapatillas con guantes es una de las más colosales tomaduras de pelo de la historia.
Claro, capaz de concederlo todo, nadie sabe a dónde llegará el fanático de hoy, hecho muy a tono con los tiempos.
Todo es soportable porque no hay otra opción dentro del propio deporte, lo único malo es que, a veces, llega un periodista pagado y sindicado y suena la bomba de pretender igualar a esta época con las anteriores y eso, que es una profanación, no debe ser aceptado por ningún fanático decente.
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