LA CULPA ES DE LA TELEVISIÓN LA CULPA ES DE LA TELEVISIÓN
Por Andrés Pascual
No hay asomo de fiebre intelectual entre los boxeadores de hoy, pudiera decirse que ganan mucho dinero, que ninguna actividad laboral ajena les convendría como para interrumpir el descanso, sin embargo, ¿Cuántos ganan millones realmente?.
Antes, y digo antes de 1965, el boxeo tenía mucho menos matiz humano que hoy, cada vez que a alguien que no le gustaba la actividad intentaba hacer grupo para implementar la proscripción estilo siglos XVIII y XIX, aparecía una forma, una regla que “humanizara” la barbaridad.
La última avanzada seria contra el pugilismo se produjo cuando varios millones de personas, niños y mujeres incluidos, vieron por televisión la masacre de Beny Paret a manos de Griffith; sin embargo, el año anterior, otro cubano murió a manos del boricua Anselmo Castillo y no hubo protesta: José Rigores murió a consecuencia de los golpes, pero nadie lo vio por televisión ni en la San Nicolás en vivo el número que espantara.
Gene Tuney leía a Shakespeare cuando entrenaba, no se “juntaba” sino con profesionales de las letras, nadie lo vio en un bar, incluso ni en un cabaret, sino en los grupos literarios de Nueva York, conocía a Gertrude Stein; aunque Eladio Secades, que lo trató, dijo alguna vez de sus poemas: “su obra es lo más cercano entre una poesía y un hematoma”. Pero el hombre intentaba y conocía para escuchar sin estar “en Babilonia”.
Mickey Walker (foto con Robinson), uno de los grandes de verdad, pintaba cuadros, escribía una columna en la Gaceta Política relacionada con el boxeo y brindaba conferencias en las que relacionaba el pugilismo con la filosofía. Y vamos a estar claros: WALKER COGÍO GOLPES Y…LOS DEVOLVIÓ, con guantes más pequeños, a 15 rounds y sin el excesivo nocao técnico de estos tiempos, pero nunca acusó de demencia ni de ninguno de los mil achaques que enfrentan los peleadores que se retiran desde hace 40 años.
Walker no fue una excepción de una regla, existieron muchos peleadores en los que nadie advirtió los efectos de la insanidad mental o de cualquier rezago producto de los golpes. Archie Moore tuvo suficiente claridad como para recitar el papel de Jim en una versión cinematográfica de Huckleberry Flynn.
Más enfermos del corazón y tantas muertes a causa de la imposición de entrenamientos y de dietas increíbles por lo dañinas, hay en la NFL y nadie lo protesta, ni las lesiones cerebrales de los jugadores del balompié por golpear el balón con la cabeza. Pero estos deportes están protegidos por el Ministerio de Educación, nadie se mete con ellos…y generan mucho dinero en la pirámide laboral, no para 3 ó 4 como sucede en el boxeo.
Rocky Graciano se hizo rico animando espectáculos y Tony Canzzoneri hizo carrera en los escenarios de clubes y cabarés; en Cuba, Tommy Albear escribió una columna hasta finales de los 60’s y a Kid Tunero le encantaba asistir a La Vigía, para escuchar al espía comunista Ernest Hemingway, hablar de libros, de los que no decía una palabra, porque, a la llegada de los invitados, estaba borracho y tenían que disparárselo disertando sobre Belmonte, sobre Joselito, el Gallo o aquel elefante que casi mata al negro que lo guiaba en sus safaris africanos. Tunero conoció a Picaso, a Machado y a otro comunista, Alberti, durante su etapa de boxeador en España.
El gusto artístico del fanático de hoy, del público de hoy, está atrofiado, es increíble que aplaudan tantos y asistan en cantidades tan grandes a oír gritar y llamar al desorden, incluso al crimen, a los raperos; el cine, si no tiene sexo y violencia en cantidades industriales, no vende.
Por eso es increíble, pero cierto, que en la actualidad los fanáticos desprovean de importancia a un boxeador que intente hacerlo según el concepto artístico de este deporte.
Raro, antes, a pesar de lo “poco humanas” de las reglas, nadie negaba la técnica boxística a extremos de cirugía, de desplazamiento estilo “partenaire”, por lo que un ajedrecista del ring era una atracción de taquilla.
La metamorfosis del fanático del boxeo y de la disciplina misma, con la televisión y el promotaje a la búsqueda de lo que más venda (en la actualidad el espectáculo cavernícola, sin técnica, de leña limpia), ha contribuido muchísimo a su decadencia, porque, desde que se afianzó el programa televisivo, sobre todo en los últimos 25 años, el boxeador tiene que tirar y que recibir, es lo que vende.
Por eso una revancha no se pacta sobre bases de “dirimir una pelea anterior apretada”, sino sobre los ríos de sangre que corrieron, si no hubo líquido escarlata en cantidades industriales, no tiene razón de ser la segunda vuelta.
El resultado de todo esto es que, ni de juego, usted conoce del boxeador que, hoy, pueda amenizar una función ni de circo, tal vez ni leer con suficiente claridad un menú de restaurante.
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