Los apodos en el boxeo, tan necesarios como los guantes
Los boxeadores se dan a conocer por su técnica, bravura, “boca” y parafernalia. Pero si algo los caracteriza de pies a cabeza es un apodo, pues sintetiza en una palabra o frase todo lo que hay alrededor de un peleador.
Alfonso Hernández, cronista y director del Centro de Estudios Tepiteños de la Ciudad de México, dice sobre los motes: Los apodos sustituyen al nombre propio, aludiendo a la apariencia, a un rasgo físico, al tipo de vida, al modo de caminar, la lenguaje verbal”, entre otros elementos.
Los apelativos dejan de acompañar al nombre propio de un “bofe”, como un simple adjetivo, y se convierten en la verdadera denominación de quienes se enfundan los guantes. Un boxeador sin mote se queda corto, le hace falta sabor a su personaje.
Aunque hay nombres que por sí solos logran convertirse en referente, por ejemplo, Ultiminio Ramos. Su nombre superó por mucho el de su apodo, Sugar. Y la historia de por qué lo llamaron así es una joya: Sus padres pensaron que sería el hijo postrero… aunque después llegaron dos hermanos más.
Lo mismo pasó con Julio César Chávez, quien logró encumbrar su nombre alrededor del mundo gracias a sus facultades técnicas y a su gancho quirúrgico al hígado. No necesitó de un apelativo para engrandecer su nombre. Para que la cuña apretara, su apelativo lo llevó a la cima: “El César del Boxeo”.
El apodo, casi siempre, responde a bases culturales arraigadas en la sociedad. No pretende ser culto o muy rebuscado, al final, se necesita que el apelativo se filtre a una base amplia y se convierta en una palabra de uso común, pero con peso social.
“En el discurso oral están presentes elementos tales como: la espontaneidad y la informalidad”, un proceso creativo y cargado de estructura lingüística, aunque parezca un acto reflejo a un rasgo físico o una característica social, detalla María Elena González de la Universidad Simón Bolívar, en Caracas, Venezuela.
Una de las anécdotas más extrañas en el pugilismo mexicano ha sido el de Pipino Cuevas. Su nombre, Pipino, pasó a ser su apodo; mientras que su apodo, José, terminó siendo su nombre. Era normal que al referirse a este ex campeón mundial welter se escribiera o dijera: José “Pipino” Cuevas.
Ledezma y Obregón, cita María Elena, afirma que “los recursos lingüísticos usados en la creación de apodos son variados, en algunos casos el proceso es sencillo, pues se trata de identificar una característica física con algún aspecto de la realidad”, aunque la complejidad le da un plus al mote.
A diferencia de la cultura anglosajona, que provilegia una forma directa en el lenguaje y la grandeza del nombre heredado; en la cultura latinoamericana, la lengua tiene pasadizos, recovecos y dobles sentidos; así como “máscaras” e identidades, un constante cambio de personalidad y adecuación al entorno, dependiendo de lo que quiera obtener o de aquello que busque zafarse.
Dice Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad: “Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. (…) El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también, de sí mismo”.
Como el boxeador no puede ocultar su rostro como lo hace un luchador, quien esconde su grandeza detrás de una máscara, usa el sobrenombre para dejar de ser un aspirante y convertirse, en verdad, en un personaje. El apodo le da fuerza: si le dicen “Veneno”, en verdad se cree que tiene una pegada que liquida como la ponzoña de un insecto.
También, como buenos publicistas, los peleadores, y sus manejadores, usan apodos vinculados a su terruño, a su gente. Sabe que la identificación es necesaria para triunfar, para tener éxito deportivo y económico: Rubén Olivares, “El Chamaco de la Bondojo”, o Antonio Margarito, “El Tornado de Tijuana”, son ejemplos.
Además, en un mundo globalizado y multipolar, los pugilistas ahora exportan su nombre y lo dan a conocer. Es normal que hablen inglés y que se conecten con el resto del orbe con apodos en ese idioma. Marco Antonio Barrera pasó de “El Barreta” al “Baby-Faced Assassin” (Asesino con cara de bebé). Tal vez el primero en entenderlo fue José Pérez Flores “Battling Shaw”, el primer campeón del mundo mexicano.
Es verdad que los peleadores anglosajones llevan ventaja por hablar el idioma del dinero y las negociaciones, aunque, casi siempre ensalzan características que no tienen, magnifican las cualidades y terminan por convertir a un peleador en un superhéroe. Todo es mercadotecnia: mientras más poderoso el mensaje, más impacto en el público.
Y es que el apodo es vital para ascender o ser diferente al resto de los peleadores de un “establo”. Un joven pidió a través de Yahoo sugerencias para tener un sobrenombre. Para ayudar a sus posibles lectores les dio medidas, peso y cualidades (“bastante técnico y muy rápido”). Un buen samaritano le dio 42 posibilidades.
A diferencia del futbol, donde los apodos salen de las bocas de los cronistas y los jugadores los adoptan, en un vinculo lejano que después de algún tiempo se toma como propio, el peleador nace y muere con su apelativo. Desde que tira sus primeras combinaciones, su sobrenombre lo acompaña y recorrerá con él triunfos y derrotas, éxitos y fracasos.
La firma de un boxeador valdrá más si tiene el apodo, pues sin él es sólo un nombre más.
Es verdad que los apodos surgen de la creatividad del ser humano y del entorno que lo rodea, pero cuando son inventados tras aparecer en televisión o llevan el juego de un negocio, simplemente el aficionado no lo recuerda o lo olvida porque sabe que se le engaña, que el peleador es un envase con la marca pegada al cuerpo.
El apodo es un plus en la vida deportiva del boxeador. Lo encumbra y lo hace evidente ante la afición, que podrá recordar el apellido, acompañado del apelativo, aunque olvide el nombre. Lo importante es conectar con el público y tomar pertenencia de él.
No hay nada peor que un apodo que le queda grande a un pugilista.
El boxeo mexicano está plagado de grandes apodos:
Raúl “Ratón” Macías; Carlos “Cañas” Zárate, Guadalupe “Lupe” Pintor o “El Grillo de Cuajimalpa”; Julio César Chávez, “El César del Boxeo”; Rubén “Púas” Olivares; Humberto “Chiquita” González; Ricardo “Finito” López; Érik “Terrible” Morales; Marco Antonio “Barreta” Barrera o Baby-Faced Assassin; Israel “Magnífico” Vázquez; Juan Manuel “Dinamita” Márquez.
Además, Luis “Kid Azteca” Villanueva; Rodolfo “Chango” Casanova; Rodolfo “El Rielero” Ramírez; Luis “El Acorazado de bolsillo” Castillo; Manuel “Mantecas” Medina, José “Huitlacoche” Medel; Nicolás “Chintololo” Morán; Antonio Margarito, “El Tornado de Tijuana”; Ulises “Archie” Solís o “El Taquerito de Tlalpita” y José Ángel “Mantequilla” Nápoles.
También se encuentra Fernando “Cochulito” Montiel; Ricardo “Pajarito” Moreno; Raymundo “Battling” Torres; José Luis “Temible” Castillo; Ana María “La Guerrera” Torres; Jackie “La Princesa Azteca” Nava; Mariana “La Barbie” Juárez; Zulina “La Loba” Muñoz; Ibeth “La Roca” Zamora, entre otros.
POR IVÁN CABRERA
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