Los 70 años de puro oro y corazón de "Morochito" Rodríguez
Caracas, 20 Sep. AVN.- Viste una franela azul y unos zapatos deportivos. Usa una gorra que en uno de los costados tiene grabado la siguiente frase: "Primer campeón olímpico de Venezuela". Y en efecto es él: Francisco "Morochito" Rodríguez.
Este domingo cuando cumple 70 años ratifica que "aún queda Morochito pa' rato", mientra abre la puerta de su casa.
Hace 50 años mientras cuando vendía pescado en las calles de Cumaná, conoció al boxeador Pedro Gómez (campeón nacional peso pluma en 1964). Un día lo acompañó al gimnasio donde practicaban los púgiles de la época. "A partir de ese entonces me hice boxeador" dice "Morochito" Rodríguez, apodado así porque tiene una hermana gemela llamada Alida.
En su casa, ubicada en Casalta 1, al oeste de Caracas, el campeón olímpico toma asiento en el mueble más pequeño y recuerda el entusiasmo que lo embargó cuando fue al gimnasio a ver a entrenar a Gómez, entrenado por Ely Montes, a quien considera su maestro.
"Él me enseñó a pelear, todo lo que fui se lo debo a Ely. La mayoría de los campeones del mundo son de Cumaná y todos fueron lo que fueron gracias a Ely Montes" comenta de manera muy jocosa antes de enumerar los boxeadores entrenados por Montes, entre ellos: Antonio Gómez (Campeón Mundial peso pluma 1971), Antonio Esparragoza (Campeón Mundial peso pluma 1987) y los aficionados Cruz Marcano y Luis Vallejo
"Morochito" nació el 20 de septiembre de 1945 en el seno de una familia muy humilde, es el segundo segundo hijo de un total de 14 que tuvo doña Olga Margarita Rodríguez de Brito, a quien "le tocó asumir el papel de padre-madre", describe.
Camino al oro
El campeón olímpico recuerda que la primera vez que se ajustó los guantes fue para subirse en un combate oficial en los Juegos Deportivos Nacionales realizados en su natal Cumaná. Tenía 20 años. Aunque había desarrollado excelentes técnicas bajo la batuta del maestro Montes, explica que para ese momento no contaba con la fuerza ni con la experiencia suficiente para vencer al representante del estado Anzoátegui, Luis "Lumumba" Estaba, ícono del boxeo venezolano.
"Cuando comienza la pelea al rato la paran, y yo pregunto, ¿por qué la paran? Resulta que yo estaba cortado y yo no sabía. Esa es la única partidura que yo tengo", expresa el sucrense mientras muestra la cicatriz que le dejó Lumumba en la ceja izquierda.
La derrota contra el anzoatiguense no lo amilanó. Al contrario, la pelea lo motivó a entrenar mucho más para participar en 1967 en el torneo internacional en Caracas, organizado por la Federación de Boxeo Aficionado.
En esa justa lo escogieron como para integrar el equipo que representarían a Venezuela en los Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá, en 1967. En la categoría mosca ganó la única medalla de oro de la delegación venezolana en Winnipeg. "No me lo esperaba, aunque yo iba bien preparado con la mentalidad de hacer un buen papel en esos Juegos Panamericanos. Lo cierto es que cuando llegué aquí me recibieron normal, sin mucho alboroto".
Antes de acudir a los Juegos Olímpicos de México 1968, su entrenador Ely Montes le dijo: "Morochito lo que viene es candela, allá van los mejores boxeadores del mundo". El cumanés no se inmutó.Cumplió un módulo de preparación intenso de cinco meses en Caracas, donde fue seleccionado para ir a suelo azteca en la categoría peso mosca Jr. junto a los púgiles Félix Márquez (mosca), Nelson Ruiz (welter jr) y Armando Mendoza (ligero).
En la Arena México, el "Morochito" tuvo su primera batalla olímpica contra el cubano Rafael Carbonel. "¡Ese cubano si era duro mi hermano! No muy alto pero duro. Afortunadamente le pude ganar".
Tras derrotar al cubano, el cumanés luego venció al representante de Sri Lanka, Masataka Karunaratne, y al estadounidense Harlan Marbley. Posteriormente disputó la presea dorada contra el surcoreano Ji Young-Ju. "Era tan fuerte (Young-Ju) que parecía que lo cambiaran en cada round. Yo cansado y él entero", recuerda entre risas.
La noche antes de la pelea por la dorada le ocurrió algo peculiar: Se tomó una jarra de jugo de naranja que lo hizo subir unos gramos de peso y puso en riesgo su participación en el combate. El peso reglamentario era de 48 kg y tenía 50 gramos por encima.
Eleazar Castillo, quien fue el entrenador de la selección venezolana de boxeo en México, lo resolvió con otra singularidad. "Vamos al pesaje y estamos 50 gramos por encima todavía, y entonces no había más chance. Yo me acordé que el tenía un puente en la boca, y le dije: ¡Morochito, abre la boca! Y abrió la boca y le saqué el puente, y entonces llegamos al peso oficial", narró Castillo en un audio difundido por la web del diario Lider en 2012.
El inconveniente del "sobrepreso" pasó luego a ser sólo una anécdota de aquel 26 de octubre de 1968, cuando el referí polaco Boleslaw Idziak levantó la mano izquierda de Rodríguez, quien minutos más tarde no contuvo el llanto cuando abrazó una bandera de Venezuela que le arrojó una estudiante venezolana que residía en México.
"Eso fue lo más grandioso que me ha pasado en la vida", recuerda con mucha satisfacción.
Esa hazaña de ganar la primera medalla de oro para Venezuela en unos Juegos Olímpicos, no culminó allí. En 1970, en los Centroamericanos realizados en Panamá, el sucrense derrotó al panameño Enrique Torres en dos asaltos para adjudicarse otra medalla de oro. Un año después, en 1971, repitió ganó la presea dorada en los Juegos Panamericanos de Calí, Colombia.
"A mi nunca me gustó nada de plata. Puro oro, puro oro", expresa Rodríguez con una gran carcajada.
Formar a las nuevas generaciones
Morochito Rodríguez recibió el llamado del Instituto Nacional del Deporte (IND) y del Comité Olímpico Venezolano para asistir a los Juegos Olímpicos de Munich (1972). Aunque no quería asistir, viajó y constató que sus condiciones físicas ya no eran iguales.
"Cuando estaba en Alemania me noquearon en la primera ronda; por eso cuando llegué a Venezuela dije: ya basta, ya no peleo más. Luego me dediqué a hacer un curso en el IND para ser entrenador. Ahí duré 32 años".
Como entrenador, el sucrense formó a la nueva generación de boxeadores venezolanos, una labor que—subrayó—lo hacía con mucha entrega y pasión.
"El trabajo de entrenador es un oficio muy bonito porque te permite formar a esa generación que viene creciendo gracias a la experiencia que uno como boxeador tuvo, y por eso lo disfruté cada día".
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