Rigondeaux le gano a Agbeko por paliza
Otra vez el cubano dio una lección de boxeo al dominar de forma abrumadora a un muy limitado Joseph Agbeko por decisión unánime y llevándose todos los rounds en la apreciación de todos los jueces. Una blanqueada. Y fue otra cátedra de boxeo como las que suele el dar el cubano, bajo sus propios términos, aplicando su muy forma personal de ver, apreciar y ejecutar el boxeo.
Las del cubano son noches que entre muestras de asombro y abucheos salen adelante, y esta noche se topó a un Joseph Agbeko que fue muy poco sobre el ring, un retador que nunca encimó, nunca apretó y ni siquiera se atrevió a ensuciar la pelea para intentar sacar de ritmo al cubano.
Guillermo Rigondeaux es un artista abstracto del boxeo, es un peleador que, como decíamos, tiene una forma muy personal de entender el boxeo, y no se preocupa por explicarla o por acercarla a los aficionados aunque sus sobradas capacidades técnicas se lo permitan. El boxeo es bajo sus propios términos, y punto. No hay diálogo, negociación ni concesiones, las críticas no le perturban.
Técnicamente, Rigondeaux podría ser el mejor peleador de la actualidad. Su trabajo de pies es soberbio, siempre en perfecto balance. Sus pies están siempre bien plantados, apenas si se despegan del suelo, en ese momento parecieran pesados, como de plomo, pero todo es un engaño. De pronto se mueven como un relámpago, sacan a Rigondeaux del alcance del rival, y lo posicionan de nuevo en su ángulo, en su pelea. Rápido lo entendió Agbeko cuando sus golpes terminaban pegándole al viento, pues Rigondeaux ya no estaba ahí. El boxeo del Chacal acabó con la psique del africano que empezó a tirar muy poco, a medir y medir al rival, sin animarse nunca a atacar y cuando lo hacía, el cubano ya se había quitado. Y así se le fue la vida a Agbeko sobre el ring, mientras Guillermo Rigondeaux seguía llevándose los rounds.
En la primera mitad de la pelea, Guillermo Rigondeaux no rehuía el combate, ni caminaba el ring, sino que se movía en círculos alrededor de Agbeko, plantándole ángulos y tirando golpes aun cuando caminaba hacia atrás. Era boxear, y no correr, era ese margen que convierte a Rigondeaux en un genio y no en un aburrimiento, por momentos.
El jab del cubano es igual de soberbio, un movimiento puro de brazo, todo el cuerpo se mantiene en su lugar y es solo el brazo, ni siquiera el hombro, lo que ataca como un látigo a su rival, con precisión, con disciplina, y con mucha velocidad. Por momentos, Rigo cambia la jugada y ese jab se convierte en un ganchito que entra sobre la guardia del rival. O cambia de parecer, se fastidia del jab, decide darle un poco más de acción a las cosas y empieza a utilizar por sistema su cruzado de izquierda, que entra aparatoso entre la guardia de Agbeko, igual con velocidad, pero con más poder.
El problema con Rigondeaux es que entre el virtuosismo y el aburrimiento hay una delgada línea. La gente puede admirarlo un round y abuchearlo al otro como sucedió en el décimo round de la pelea con Agbeko. El cubano tenía todo para subirle los decibeles a su boxeo, un rival abrumado, vencido desde los primeros rounds, unas condiciones físicas impecables, la velocidad, el dominio, la técnica, y sin embargo, cuando el guión indicaba que se lanzara sobre la presa para intentar acabarla, el cubano, de forma totalmente anticlimática se dedicaba a boxear, a rehuir el combate, a caminar muy lejos del rival, a hacerle pasitos, cambios de dirección, con ataques cortos. Y aquel peleador que caminaba en círculos en la primera mitad de la pelea, ahora se dedicaba a sobrellevarla de fea manera, en detrimento total del espectáculo, de la genialidad al aburrimiento.
De pronto, el cubano decidía mostrarle el dulce a la gente para luego quitárselo. Entraba, metía una combinación de cuatro golpes arriba y abajo, a dos manos, a una velocidad de vértigo que hacía recordar al mejor Meldrick Taylor, se quita la respuesta de Agbeko cabeceándole por debajo del golpe del africano, se planta, le marca el ángulo y le conecta otra combinación de uno-dos impecable. Y luego nos quita el dulce, cuando parece que Rigondeax sube el ritmo, se quita de la acción y regresa a caminar el ring y hacer pasitos.
Por eso, decíamos, Guillermo Rigondeaux es un laberinto. Sabemos que es un virtuoso, y un artista, incomprendido, sí, porque él no se deja entender, nos ofrece lo que él quiere y cómo él lo quiere. Desde que venció a Nonito Donaire, se ha hablado mucho del estilo poco atractivo del cubano y hasta su propio promotor Bob Arum lo criticó, y esta pelea ante un rival a modo, era todo propicio para que Rigondeaux mandara un mensaje y no lo hizo. Nos dijo lo que ya sabíamos: es un artista y nosotros nos tenemos que adaptar a él, no él a nosotros. Él seguirá haciendo siempre lo mismo, nos guste o no. Y nosotros nos quedaremos siempre con la misma idea: es un artista con muchas grandes obras, pero al que le sigue faltando la obra maestra, esa que deje con la boca abierta a todo el mundo.
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